El año corre tras el ladrillo, que se anima en su cemento. Se vivifica la construcción, que había sido la bestia negra de la crisis. Volvemos a lo mismo
Durante el primer trimestre del presente año se han proyectado 270 nuevas viviendas en toda Málaga, que no es para aplaudir con las orejas, pero dan un repunte en relación al mismo período del año 2014 y puede significar que los promotores ya vislumbran compradores. Lo dice el Colegio de Arquitectos de Málaga, que es el organismo profesional que visa o supervisa dichos proyectos. Destacan, dicen, la capital y Marbella, seguidas de Benalmádena y Mijas. Pero esta aparente ansia de ladrillo nuevo, no se compadece con el alto volumen de pisos aún en manos de los bancos y con que éstos no han abierto con alegría la espita de los créditos hipotecarios. Mientras eso no se normalice, no se puede hablar en propiedad de una recuperación del sector inmobiliario, que produjo la burbuja o el espejismo de que España iba bien.
Aunque la grúa se vista de seda, grúa se queda. Porque es evidente que el mercado inmobiliario está atascado por el grueso patrimonio de pisos sin vender que están en los bancos. La situación es que los créditos no van a fluir, mientras la banca española no salga de esos stock represados por ella misma. Facilitan hipotecas a quienes les compran sus pisos. Los nuevos, estos 270 y los que sigan, tendrán que ponerse a la cola. En este nuevo baile de inmuebles no hay ni uno de protección oficial. La administración pública no está todavía para dar alegrías y levantar paredes habitacionales.
Paralelamente, el año arranca con casi 4.300 viviendas colocadas en el mercado de compra-venta malagueño. Esto lo dice el Instituto Nacional de Estadística (INE). Son pisos de segunda mano los que tiran del carro, poco ladrillo nuevo aún. De estas operaciones sólo unas 1.000 son de reciente construcción. La tendencia general en el país es que el mercado inmobiliario comienza a despertar del largo letargo, de la fulminante muerte súbita de aquella burbuja que tanto empleo fácil proporcionó a las estadísticas triunfantes de los primeros años de la década inicial del siglo XXI. Según opinan las inmobiliarias, que se mueven en las plataformas digitales, esto va a ser lento.
La relación de venta de pisos usados con la oferta que hacen los bancos de los suyos propios es, aparentemente, directa. En tales casos, se abre la mano generosa de los créditos hipotecarios. El axioma es: ‘si compras uno de mis pisos te doy el préstamo’. La cosa va lánguidamente. Otra pista que da esta reactivación del ladrillo es que es un sector que genera empleo en cantidades apreciables. La caída de la burbuja dejó en la fila del paro a dos millones de ciudadanos españoles y foráneos. La vía para achicar desempleo tiene en la construcción de viviendas un aliciente inmediato. Tal vez por eso, el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, afirma categórico que al final de este año 800.000 españoles estarán trabajando. Inflar otra vez esa burbuja puede ser, de nuevo, otro espejismo economicista. Se sigue con los mismos huevos todos en la misma cesta y eso, dicen en Harvard, tiene peligro. La clave está en la palabra mágica que tanto cuesta conjugar en España: diversificar.
Es conocido que la industria de la construcción mueve millones, proporciona mucho empleo y está estrechamente vinculada al progreso del turismo. Es un binomio que da frutos maduros. Aumentan los visitantes turísticos, cuyas pálidas pieles añejas son atraídas por el sol español y éstos necesitan viviendas cómodas, baratas donde pasar sus vacaciones o quedarse a vivir sus jubilaciones tranquilas. Y como el número de turistas viene creciendo a niveles de los años dorados y más allá, la vivienda toca a rebato. ¡Qué sería de España sin sus turistas! Resolver la crisis con los elementos que produjeron la crisis, una paradoja típicamente hispana.
Pero mientras el ladrillo recién cocido coge altura y los pisos nuevos van desalojando a los antiguos pasará un tiempo electoral, que avisa de un nuevo mapa político, donde ya no serán solo dos partidos a gobernar aquí y allá, sino, al menos, cuatro o cinco. El pastel se divide, mientras el cemento subirá de precio, otra vez. Para pactar se necesita argamasa fina. El ladrillo aguanta todo. Mira hacia atrás y sonríe. Mientras, las grúas rompen la línea del cielo con gracia suficiente como para merecer un poema futurista. El futuro tiene color ladrillo visto. No es un mal color para un mercado que quiere recuperar los precios que, hace unos diez años, empujó a cientos de miles de ciudadanos españoles a hipotecar sus vidas. Nada volverá a ser como los años dorados de los hipotecantes, pero los hipotecados seguirán existiendo.