El caso de la ‘Casa Invisible’ es un clásico ejemplo de los problemas públicos que se dejan pudrir en su propia salsa. Una muestra de pésima gestión municipal
En este edificio de propiedad municipal, situado en una de las callejuelas que serpentean por el Centro Histórico de Málaga, se ha cometido un cúmulo de decisiones erradas, que dan idea de la ceguera institucional en materia de cultura. Pareciera que más allá de una apuesta por una marca museística, las autoridades municipales no han sido capaces de resolver con la ley en la mano la ocupación ilegal de ese inmueble por un grupo de activistas cuya intención aparente era y es programar actividades artísticas. Todas las conversaciones han sido infructuosas tras siete años de tiras y aflojas, mientras el inmueble se cae a pedazos y necesita con urgencia una actuación, pues pone en peligro a las personas que asisten a tales encuentros culturales. La más reciente decisión del Ayuntamiento de Málaga ha sido clausurar el espacio, tras informe de Bomberos y técnicos de Urbanismo.
Aquí se ha perdido la oportunidad de que los colectivos pudieran presentar un proyecto viable para movilizar aún más la cultura popular en el centro de la ciudad, pero en un entorno apropiado sin riesgos de derrumbes o incendios. Entre unos y otros, inflexibles ambos, los cascotes ideológicos han ido cayendo sobre sus cabezas. El Consistorio no ha aprendido que la cultura, como ya indicaron los fundadores de Le Monde, está a la izquierda; la política en el centro y la economía a la derecha. Este caso era claro. Con una edificación habitable y un colectivo encargado de una programación amplia, la Casa Invisible se hubiera tornado en un centro de referencia y no en uno marginal y en ruinas que es lo que ha sido todos estos años.
Su calificativo se ha convertido en un sustantivo. Ahora son más invisibles que antes. Todo se ha hecho mal. La solución serena sería rehabilitar el edificio de la calle Nosquera y firmar un convenio claro y serio de actividades con el colectivo cultural. Y si la municipalidad no desea eso, pues que tenga el valor de cerrar la puerta y dejar que la ruina se aloje allí definitivamente. Las medias tintas en este caso han hecho que la Casa esté en un callejón sin salida aparente. Ahora se agrava porque habría que conseguir el dinero para esa rehabilitación; ahí está Bruselas, que gusta de estos proyectos en los Centros Históricos europeos, máxime cuando esta Casa es del siglo XIX y candidata a edificio protegido. Eso se ha podido hacer hace unos cuantos años, pero nadie en la Alcaldía fue capaz de tomar esa decisión.
Se le acaba de poner otro pañito caliente, se cierra para ‘actividades de libre concurrencia’. ¿Qué significa eso? A cuántas personas alcanza la ‘concurrencia’. O quiere decir que pueden seguir allí dentro, siempre y cuando no convoquen a nadie. Entonces, ¿qué sentido tiene programar actividades artísticas, para que no pueda asistir persona alguna? Lo absurdo es una forma de actuar, ya lo señaló Kafka, que sabía del asunto. El culebrón se ha alargado demasiado tiempo. Han pasado concejales de Cultura y de Urbanismo, que heredan un protocolo indeciso, mientras la ruina avanza. La administración, tan proclive a concursos públicos, fue posponiendo este que hubiera podido dar un marco programático a los grupos culturales interesados en gestionar la Casa Invisible y, por su parte, repellar el inmueble y dejarlo al gusto de técnicos y bomberos. Nada, aquí no hay voluntad de acuerdo y los ocupantes, okupas son. Aunque las autoridades municipales ha expresado que: “La convocatoria de un concurso público permite conceder ese uso en función de los proyectos que se presenten y no de nombres ni de razones políticas, evitando así malos entendidos”. Aquí parece estar la clave, en el matiz ‘político’ de esos hippies posmodernos que llevan allí desde 2007. La contrapartida, Amanda Romero, en representación de los ocupantes, ha dicho que esperan un acuerdo desde 2012. Las conversaciones han sido invisibles como el silencio. Afirma que Urbanismo no ha acometido las mejoras necesarias, pese a haberlas solicitado.
Las alternativas ciudadanas, ajenas a los programas oficiales de cultura, no son bien vistas. La cultura asusta cuando puede dejar de estar fuera de control y en manos de opciones políticas raras. Hay que abrir el compás y consensuar programaciones que rescaten esos espacios vacíos, que se dejan caer a pedazos. Es curioso recordar que ese edificio albergó un colegio religioso y después la desaparecida discoteca Metropol. Ahora, como centro de actividades culturales, se equipara a lugares similares en Alemania y Holanda. El Ayuntamiento les ha exigido que se conviertan en una Fundación, que es la senda legal para llegar a firmar protocolos. Romero dijo en su momento que no tendría ningún inconveniente, pero el tiempo ha ido deteriorando las conversaciones y al inmueble mismo. El asunto queda pospuesto para enero 2015, cuando los okupas y el responsable de Urbanismo se vuelvan a ver las caras invisibles