En momentos en que la ciudad tiene una larga historia de suciedad, la empresa responsable anuncia que va a disminuir la recogida de basura
La limpieza de una ciudad es un servicio público, que se inscribe en las responsabilidades de los gobernantes electos para eso, entre otros encargos. Además, es una acción de prevención sanitaria. En una ciudad capital del turismo, como esta, también es un factor de ayuda a la marca, sobre todo para viajeros que no suelen escupir en las aceras, ni tiran papeles a la calzada. En este caso, la empresa Limasa es mixta (51% municipal, 49% privada). No es un secreto que una firma privada persigue ganar dinero, y si entra en pérdidas sus accionistas se lo reclaman y deben poner remedio so pena de ir a la quiebra. No es el caso de esta Limasa, que si tiene apuros viene en su ayuda su socio público. Así, cualquiera se mete a empresario. Pero, por si esto fuera poca cosa, Limasa no es que funcione mal, es que hace su trabajo pésimamente mal. Todos los indicadores dicen que Málaga es una ciudad que acumula suciedad, sobre todo en sus barrios menos centrales, o sea en casi todos.
No es que sea maléfico asociarse con el sector privado en ciertas gestiones de lo público, lo que resulta escandaloso es mantener a un socio que es, ostensiblemente, incapaz de hacer bien su trabajo, en este caso limpiar la ciudad, con un mínimo de buenos resultados. En los casi doce años que tiene esta asociación empresarial, los costos de operación han aumentado en un 70 por ciento, según certifica el PSOE, eso quiere decir que los ciudadanos pagan un exceso significativo por la limpieza, mayor que la subida anual del IPC. Pareciera que el socio público, el Ayuntamiento de Málaga, no reclama con suficiente fuerza a las empresas privadas del consorcio, aunque sí dan la cara cuando la basura les llega a los ojos. Si los trabajadores reclaman y anuncia huelgas, siempre es la autoridad principal del Consistorio quien sale a torear solo, mientras los banderilleros se refugian en el burladero. Eso por haber permitido una clase obrera que, en medio de la suciedad, la han dejado instalarse en la corruptela de dar en herencia sus puestos de trabajo.
Uno de sus cometidos, la recogida selectiva de los desperdicios ha sido un fracaso. Sin una campaña educativa apropiada, los ciudadanos de esta ciudad, poco concienciados, no son ejemplo de separar sus residuos. Si se suma, la poca disponibilidad de contenedores (en muchas calles no se reponen desde hace cinco o más años) la loable idea del reciclaje se queda en una buena intención de los reclamadores de las ciudades sostenibles. Ha habido otros fiascos, como los contenedores soterrados del Centro, las manchas imborrables que deja la cera de los nazarenos, la reposición de contenedores quemados, dañados o desaparecidos que nunca más aparecen.
La limpieza, como metáfora de la política, está ahora de moda. Hay que limpiar a la anquilosada clase política, y para eso se necesita una nueva escoba llamada votos. Pero esto de la limpieza es aún más terrenal y diario. Bajo el péndulo de la huelga, la administración sigue mirando al horizonte marino, esa raya azul allá a lo lejos, mientras la basura se acumula en las aceras. Ahora, en vez de apretar la recogida, la relajan. Días alternos, cuando los contenedores estén a rebosar, que hay que ahorrar costos a esos privados, que no quieren privarse de ganar siempre en sus cuentas de resultados. Si hay un servicio municipal que debe funcionar en una ciudad del siglo XXI (la sexta de España) como dicen que es Málaga, esta villa smart-city, es en la recogida y limpieza puntual, diaria –no cuando digan que toca los directivos privados– de la basura que arrojan los ciudadanos (unas 700 toneladas/día). También, invertir en su educación cívica, que no será un presupuesto tirado a la basura. Las asociaciones de vecinos ya levantan voces airadas, porque la basura huele mal y la peste se instala en los barrios.
Si hay una prioridad principal que está desasistida en Málaga es la limpieza de la ciudad. Evidentemente, la recogida de la basura y su tratamiento es una tarea primordial y forma parte de la anterior. Es cierto que la empresa Limasa gasta más dinero de lo que debería, si dedicara una parte de su presupuesto público a educar a los malagueños en hábitos y selección para el reciclaje gastaría menos. Pero no lo hace, y así nos va. Si se ensucia menos no hay que limpiar tanto; y si se reciclara más y mejor la eficiencia aumentaría. Pero toman la línea más fácil: ahorrar en los turnos de la recogida de los contenedores. ¿Qué supuestos expertos están al frente de Limasa? Las decisiones políticas de aparente ahorro, deberían basarse en soluciones técnicas comprobadas y no al revés. Al mismo tiempo, el regidor asoma la posibilidad de privatizar o municipalizar el servicio, una decisión a tomar que puede ser muy arriesgada a pocos meses de las elecciones municipales. Mientras tanto, Málaga sigue siendo una ciudad del Paraíso rodeada por la suciedad.