En esta esquina, Luciano Alonso, por la Junta. En esta otra, Paco de la Torre, el retador, por el Ayuntamiento. En liza, el nuevo Museo de la Aduana
Si hay dos malagueños con cargos públicos que se lleven tan mal como Luciano y Paco, no se han manifestado hasta esta hora. Huyen de fotos, como recordaba de Loma aquí la semana pasada. Vienen enzarzados desde cuando Luciano era delegado de la Junta en Málaga y Paco ya era y sigue siendo alcalde de la ciudad. Sus batallitas se suceden cada vez que hay ocasión. Por el Metro, por la Cónsula, por la Feria, por el Puerto, y ahora por un Museo. Otro más que está colocando a Málaga en el mapa mundial del libro Guinness de los récords. El nuevo envite es que el alcalde quiere gestionar el Museo de la Aduana y el responsable del área cultural en esta Comunidad, Luciano Alonso, le ha dicho que se olvide del tango, que Gardel ya murió.
El regidor malagueño, que se viene convirtiendo en un alcalde de Museo, tiene la habilidad política de cazar peleas, donde aun perdiendo, gana. Si no le dan lo que piden, que en esta ocasión no se lo darán, vencerá al esgrimir en el campo electoral próximo el perenne agravio de la Junta hacia Málaga. La proverbial tirria malagueña a Sevilla está servida, y es un plato que se sirve y se come mejor en la frialdad de los cómputos de las votaciones municipales. Si le dieran el ahora codiciado nuevo Museo, evidentemente sería una victoria a exhibir ante el electorado. Perdiendo gana.
Está por establecer si el Consistorio tiene capacidad para gestionar tantos Museos. Están por aterrizar la sucursal del Pompidou de París y el ‘ruso’ (Museo Estatal de San Petersburgo) y si le sumamos los que ya tiene bajo su control: Casa Natal Picasso, Thyssen, Automóvil, Municipal y el fracasado de las Gemas y otra pléyade de pequeños santuarios de las bellas artes, el Ayuntamiento se puede jactar de ser una casa plagada de pinacotecas, que venían a dar una sólida panoplia ante aquella ansiada capitalidad cultural europea para 2016, que no se consiguió.
Ahora el alcalde pretende uno más. El de la Aduana, que toma su nombre popular del imponente edificio que albergó los trajines aduaneros y otros menesteres públicos hasta el pasado siglo, ahora acondicionado para exhibir al público la colección de pintura, denominada Escuela Malagueña de Pintura del siglo XIX, así como una amplia muestra de piezas arqueológicas. Ambas colecciones provienen de los fondos del museo de Bellas Artes y del Arqueológico, que están almacenadas desde hace 17 años, a la espera de su ubicación en esta Aduana malagueña, ahora objeto de la nueva polémica ente Ayuntamiento y Junta, personificada por dos de sus pesos pesados: Alonso y de la Torre. Las entradas están agotadas y el ring iluminado, el micro cuelga del techo.
Luciano ha dicho un no rotundo. Se ampara en la ley central y autonómica para gestionar el Museo. Paco, argumenta que será más conveniente que se haga desde la cercanía ciudadana de ese espíritu municipalista tan caro a sus postulados. Luciano asomó que puede ser una Fundación pública/privada la que se haga cargo de la gestión, pero sin que la Junta deje de ser el organismo público responsable de su conducción. Esto supondrá un aporte de al menos 3 millones de euros/año. Asimismo, ha reclamado al gobierno central que concluya los trabajos para poder inaugurar sin más demoras esta casa del arte en 2015. El primer round ha concluido, gana Luciano por puntos.
La pretensión del alcalde de hacerse cargo de la gestión, sin aportar recursos, y que sea la Junta la que pague la factura, no es viable. Seguramente, la opción del consejero Alonso sea la que pueda prosperar, porque al final se impondrá responder a la gran pregunta, ¿quién pone los 3 millones?
Cuando abra sus puertas al público, el Museo de la Aduana exhibirá una colección envidiable con casi 1.300 piezas arqueológicas (recordar que esta ciudad tiene 3.000 años de civilizaciones) y unas 287 pinturas de artistas malagueños, tales como Moreno Carbonero, Enrique Simonet, Muñoz Degrain, José Nogales o Bernardo Ferrándiz, y celebridades como de Goya, Zurbarán o Murillo. La Aduana como ring de pelea no tiene precio.