Es el departamento municipal encargado de construir la ciudad, pero es el asiento de los mayores dolores de cabeza diarios del alcalde: un infierno técnico
Algo huele mal en Urbanismo. En los últimos dos años, el departamento ha sido un carrusel de figuras desfilando ante un escenario imposible de controlar. Una pugna interna que dificulta el crecimiento urbano. Desde que el actual alcalde, Paco de la Torre, dejó de ser el eficiente encargado del diseño malagueño, al ser designado como primer edil por su alcaldesa, Celia Villalobos, la delegación de Urbanismo se ha convertido en un pandemónium difícil de controlar. Otro concejal, del grupo de la alcadesa saliente se ocupó de esas tareas, Manuel Ramos aunque siempre díscolo e incontrolable fue el primer dolor de cabeza para de la Torre. Tras él, fue encargado otro no menos adverso al alcalde, Juan Ramón Casero, un adversario temible en una época donde de la Torre tuvo que gobernar con medio equipo en contra, cosas de los partidos cuando quien gana las elecciones no pertenece, ni le importa pertenecer al aparato estricto que marca el paso.
Elección mediante el alcalde encargó a un joven ingeniero y prometedor delfín dirigir esa casa de los truenos, Manuel Díaz Guirado, que una ‘inocente’ metida de pata, acabó con su carrera política, y tuvo que ser cesado. Se entra en la actual etapa, no menos convulsa, donde se anuncian en estos días cambios para adelgazar ese paquidermo de lento andar y peor funcionamiento, aderezado por unos tiempos donde los presupuestos escasos o ausentes poco ayudan a que la ciudad pueda estrenar obras de postín, y son varias las que aún esperan impulso.
Un veterano pediatra, Diego Maldonado, convertido en eficiente concejal de cultura, es cambiado a encargado de las viviendas populares, en un inexplicable enroque a los que acostumbra de la Torre siguiendo consejos de sus más íntimos. Excluido de la última lista electoral, Maldonado es repescado como concejal no-electo y colocado en el pináculo del urbanismo municipal además de portavoz del grupo popular. Un premio gordo, pero su horizonte presagiaba fracaso. La sentencia firme acerca de la Ley de Reforma del Régimen Local, hace que el alcalde tenga que desalojarlo del cargo a dedo. La delegación se enfrenta a otro nuevo concejal, esta vez Raúl López Maldonado. Un falso sobrino y tío, que estaban destinados a enfrentarse debido a otra jugada del alcalde en el tablero inescrutable de la delegación estrella del Ayuntamiento.
Para no dejar caído a Diego Maldonado, se le crea un cargo (Coordinador General, aunque siempre ha habido un Gerente), que va a producir la chispa de su retiro definitivo. Mediante un pacto no escrito, propiciado por el alcalde, los Maldonados se reparten el poder. Mientras el saliente concejal a dedo Maldonado seguiría controlando los entresijos del diario acontecer del complicado entramado urbanístico, el Maldonado electo se encargaría de presidir el Consejo y las comisiones técnicas, pero como figura oficial sin mayor injerencia real. Señalaba quién era el hombre de confianza y quién el de paja. Pero claro, el ‘sobrino’ se siente incómodo. Yago actúa, y se rebela contra el ‘tío’, es él quien tiene el acta legal de concejal y el nombramiento como delegado oficial de este urbanismo imposible. La pelea está servida. El joven se calienta y el viejo termina por ceder y se retira. La calma no dura, un concejal en Urbanismo que va por libre, no encaja en el día a día de la alcaldía, que ya empieza a urdir un nuevo cambio: el actual. Las tragedias en el teatro de Shakespeare nunca fueron tan cotidianas.
Otro concejal, también salido del área de Social, como aquel Ramos, es designado ahora en Urbanismo, Francisco Pomares. Un joven que ha ascendido rápido, por su eficacia y dedicación a pulmón diario. Apoyado desde la Alcaldía por su antiguo compañero de asuntos sociales, Manuel Jiménez, se le da el encargo de aclarar el panorama, poner calma y concierto, se necesita que la orquesta de técnicos, ingenieros, arquitectos y expertos en obras mayores, suene bien de una vez por todas. Que con lo poco presupuestado, se termine algo antes de las elecciones municipales, a poco más de un año en el horizonte. La alcaldía toma el control.
Jubilado, el gerente, Javier Gutiérrez Sordo, harto de estar en ese ring interminable, salta a sustituirle, José Cardador, pero reuniendo el cargo de gerente con el de coordinador general, que se había instalado desde las pocas semanas de Maldonado. Cardador, viejo conocido de la casa, ocupa sin dilación el despacho del antiguo delegado, es decir el del concejal, y deja el suyo propio, de menor índole al nuevo concejal, Pomares, quien lo ocupa sin chistar, dejando su cargo sin vestir. Se indica así quién manda allí ahora. Un técnico para las obras y un cargo político en el despacho menor, donde se puede firmar lo que sea necesario. Los cambios son un ‘maquillaje’, dicen las fuentes consultadas en esa delegación.
Los desacuerdos siguen, no obstante, a la orden del día. Campamento Benítez, un parque que financia en exclusiva ahora el Ayuntamiento, tras perder la promesa de la Junta y el gobierno central de cofinanciarlo y que avanza a trompicones. Sería la estrella a inaugurar, si las espadas se envainan en Urbanismo. El Bulevar del soterramiento de las vías del tren. Una obra lista para cortar la cinta, pero que está en revisión por ajustes en la ordenación de la circulación, ¿podría ser un bombardeo de Raúl López Maldonado, que tiene la delegación de movilidad? Podría. Los Baños del Carmen, ahora proyecto privado apoyado por el alcalde, pero que los técnicos impiden argumentando que habría que modificar los planes generales aprobados o se saltaría la legalidad. Un mar proceloso que no acaba de calmarse. Una lucha intestina que hace que la ciudad se detenga en el tiempo. Shakespeare sonríe.