A nadie que quiera ser un animal político, en este país sufriente, se le ocurre discurrir fuera de lo ‘políticamente correcto’. Ninguno se sale de ese guión
Son muchos y variados los aspectos que tienen que ver con este asunto. El ‘territorio comanche’ de la política es el preferido, pero hay otros. Nadie en foro público, por pequeño que sea, se le ocurre opinar que un político que dimite antes de tiempo es un fracasado. O que una joven designada a dedo y en bloque por sus compañeros tiene insuficiencia democrática, al no haber pasado por la votación popular y universal. Que la sanidad democrática transcurre por enfrentarse a esas urnas, aunque tal ejercicio no sea el único.
Igualmente lo aceptado es decir y aun creer, que la grande corrupción dentro de los partidos políticos que gobiernan aquí y allá, es un tema de personas puntuales que se aprovecharon y no aceptar, de cara al tendido y con coraje torero, que el entramado que sustenta a esas empresas llamadas partidos políticos es las subvenciones privadas, que es la vía directa y más rápida a la institucionalización de las gracias por los favores recibidos. Los ejemplos están en la prensa de declaraciones día por día. La corrección política pasa por una auténtica aversión a la verdad, que expresarla no vaya a quitar ni un solo voto.
Funciona aquello de ‘quien se mueva no sale en la foto’. Los partidos políticos son instituciones cerradas, anquilosadas en su propio esqueleto esclerosado por los años de ineptitud, pero de gran eficiencia probada en mantenerse en el poder, una vez conquistado (véase Andalucía). Que obligan a sus militantes, sobre todo a los que ostentan cargos votados o designados, a ser fieles apoyos de las decisiones superiores, aunque sepan que están equivocadas.
Hablar en pro de una república es palabra proscrita en España. Rodeados de naciones republicanas, en este país remueve la memoria colectiva de la derecha como un vomitivo. Esto a pesar de que en la práctica vivimos en un Estado cuasi federal, formado por 17 mini-naciones irreductibles, algunas de ellas, al menos dos, a punto de declarar su independencia sin miedo a la acorazada Brunete. Olvidan, tal vez, que en este país ser independiente puede costar muy caro.
Decir que la élite del fútbol gana, vive y exhibe su forma de vida escandalosamente rica en medio de la pobreza creciente, sería no querer al deporte que produce más dinero que algunos bancos, si hablamos de los dos o tres clubes estrellas. Un deporte rey de la televisión que opaca y ensombrece a todos los demás. En algunos casos, como en Málaga, mantenidos en buena parte con dineros públicos. Por no hablar de los toros, si te gustan puedes ser demonizado como un nostálgico de aquella España de tardes de sol y sombra, sobre todo en Cataluña.
Apoyar cualquier contribución del sector privado en la mejora de espacios públicos está proscrito en este país público. El caso local, la reconstrucción de la playa de los Baños del Carmen es el ejemplo más cercano. La empresa privada que presentó el proyecto lo tiene más que difícil, para que las administraciones lo aprueben. Su pecado, plantear un hotel para recuperar la inversión.
Este es un país donde la política atraviesa transversalmente todo el panorama. No deja espacio alguno para que la inteligencia, la iniciativa independiente, la creatividad, el riesgo privado ocupe algún espacio público necesitado de la inversión y la colaboración para despegar de este lastre de recesión. Es famoso el rechazo de la Junta de Andalucía, en su momento, a la propuesta de Disney para montar aquí el parque que hoy se llama Disney-París. Las decisiones de los partidos políticos están en todo. Desde proponer a rectores hasta ocupar los cargos de las administraciones y empresas públicas; de colocar a los consejos de administración de la banca a poner en cargos de la ONU a políticos cesantes o allanar el camino a Universidades americanas. No están los mejores, sino los designados, los políticamente correctos.
Será por eso y por poco más, que miles de jóvenes formados, toman la difícil decisión de emigrar a países extraños, pero donde puede trabajar lejos de este Estado donde es tan difícil sobrevivir si no te arropa el manto protector de tu partido. No es fácil irse, sobre todo porque lo más probable es que ya no vuelvas, sino en unas nostálgicas vacaciones. España no es que vaya mal, es que no parece querer tener remedio.