Juan Ignacio Zoido espera a que le designen un sucesor como candidato a presidir Andalucía. Él, calla y otorga, y se asienta como alcalde sevillano
Los populares malagueños han sido tajantes, les urge que Zoido se defina. A ellos les parece que sería mejor otro candidato. La baraja está en la mesa de Málaga, presta a ser cortada para que la ‘mano’ empiece. Los dos pesos pesados de la ciudad coinciden en que cuanto antes mejor. Saben que Zoido está frito por las encuestas, que le sitúan en un bajísimo perfil de popularidad. Y es el momento de aparcarlo, ‘que se quede en Sevilla, a orillas del Guadalquivir está más guapo’, es lo que parecen pensar de él por Málaga, donde los votos dan fuerza interna tanto a Elías Bendodo, jefe de la Diputación y secretario general; como a Francisco de la Torre, jefe de la Alcaldía.
Otras voces, no menos autorizadas, como la de su valedor, Javier Arenas o la de Antonio Sanz, jefe del PP gaditano, parecen apoyarle sin fisuras, aunque saben que Zoido está desinflado como para enfrentar a un PSOE envalentonado en el campo andaluz, con el viento a favor de ser la mayor concentración socialista con mando en plaza. Zoido se perfila como un buen alcalde para el PP, ya que su mandato está en la capital de Andalucía. Pero hasta ahí no más. Si como dice Sanz lo que les importa ahora es trasladar a los andaluces la seguridad de ser una alternativa de gobierno de la Junta; sabe, asimismo, que no tiene el mejor candidato en Zoido. No lo dice, pero lo sabe, tanto él como su amigo Arenas.
Los de Málaga no quieren dilapidar su caudal de votantes para apoyar, por imperativo de la cúpula, a un Zoido flojo y desconocido, más allá de la Torre del Oro. Eso sin contar que tienen sus propios problemas locales, ya que los jóvenes populares malagueños empujan para terminar de ocupar todos los cargos posibles en la estructura administrativa municipal. El panorama se extiende en el horizonte de conseguir ganar en Andalucía, pero con extensa mayoría. Y para eso necesitan un candidato capaz de levantar esos ánimos decaídos, tras la victoria-derrota de Javier Arenas.
La situación parece similar en el PSOE, donde José Griñán abandera el cambio del líder general un día y cambia de opinión al siguiente. Se atreve a cuestionar el liderazgo de Rubalcaba, pero se apresura a atornillarlo tras las presiones internas y dejar claro que él, con ‘reinar’ en Andalucía le basta y le sobra. Pero por más maquillaje que eche Griñán la situación de su partido es la de estar acorralado en sus vacilaciones internas. Lo que parece no es que haya que cambiar de líder, que también, sino de definir una posición firme dentro de la izquierda española. O se vuelve a ser marxista o se decantan por la socialdemocracia, donde habita el centro de los votos.
En esa contradicción navega el gobierno que preside Griñán. Aliado con un compañero incómodo, obligado a mantener un equilibrio imposible, se enfrenta a tener que liderar, como jefe del mayor gobierno autonómico del PSOE, una redefinición en su partido a nivel nacional. Eso, sin contar los desencuentros de sus socios catalanes. El panorama no es fácil. Porque, si como bien claro dice Griñán ‘somos un partido de gobierno’, lo han sido y quieren serlo de nuevo, tendrán que plantearse qué tipo de filosofía política abrazan en estos momentos, donde Europa se debate entre los partidos que incluyen a la banca y tienen la bota de los mercados apretando la yugular, y los que plantean más crecimiento y menos recortes –como ha hecho Rubalcaba en una carta a la socialdemocracia europea–, en una utopía posible, pero difícil de cumplir en una UE, donde los Estados soberanos han perdido, precisamente eso soberanía.
Los dos grandes partidos que gobiernan el territorio español o casi, tienen que dejar de mirarse el ombligo, porque el centro el mundo se ha desplazado y la verticalidad no aclara las ideas, sino todo lo contrario. Y no se trata de quitar a un líder para elegir a dedo a otro; lo importante es definir el ser mismo de la función social de sus agrupaciones, que salen en los sondeos como templos absurdos de la ineficacia y el despilfarro. Ya no somos ricos, si alguna vez los fuimos. Piensen y tengan el valor de cambiar, pero no a la manera gatopardiana.