Con 757 millones de euros de deuda, más los intereses, el Ayuntamiento de Málaga ha declarado la austeridad total y absoluta hasta 2020. Se acabó la fiesta
A este período municipal malagueño le quedan tres años, más cuatro a la nueva jornada, gobierne quien gane, estará hipotecado hasta 2020. Quiere decir que las grandes obras en proyecto se paralizan y las que están en ejecución, como la línea uno del Metro de Málaga, sólo concluirán si los milagros aún existen. Hasta aquí llegamos. La ciudad del futuro no tiene ni presente.
Además, la otra gran institución pública, la Universidad de Málaga –UMA- pende del hilo, frágil y en suspenso, que se llama financiación autonómica. La Junta de Andalucía se ha retrasado en los aportes desde 2011, lo cual coloca a las Universidades andaluzas al borde de la paralización. La cuestión se agrava ahora, época de matriculación del alumnado, ‘ya que con el incremento de las tasas, bajarán los créditos matriculados y, por consiguiente, la financiación asignada, ya que la Junta calcula esta por créditos y no por alumnos’, ha dejado claro la rectora de la UMA y presidenta de la Conferencia de rectores de las universidades españolas –CRUE–, Adelaida de la Calle. El próximo año 2013 se avizora como doce meses de espantos. La docencia sobrecargada de horas lectivas, la investigación aún en mayor retroceso y el famoso plan Bolonia, una utopía imposible de alcanzar.
Si nos ponemos a pensar un tanto, podemos apreciar que el recorte del Ayuntamiento es un acto de responsabilidad financiera, aunque se tome in extremis. Se puede aducir, ya lo han hecho los socialistas y los comunistas, que se derrochó ilusión, dinero y se tiró con pólvora del rey en proyectos discutibles como el fallido Museo de las Gemas, que es el epítome de los fracasos municipales. En un Palacio de Congresos ruinoso desde su comienzo o en una plataforma mediática innecesaria e, igualmente, deficitaria en dinero y en audiencia. Sin olvidar otras instalaciones, que han costado unos maravedíes a la ciudad, como el edificio de los cines de la plaza de la Merced o la rehabilitación del palacio que alberga el Museo Carmen Thyssen. Hacer de Málaga una capital de referencia ha costado dinero. Ahora hay que pagar esos préstamos más sus intereses.
Mantener sueldos para 6.700 empleados –la empresa con más personal de la ciudad–, requiere un esfuerzo contable muy considerable; que está apoyado en un régimen impositivo a los ciudadanos; ahora sus emolumentos definitivos van a ser tocados a la baja, no así los impuestos. El costo en nómina para este año es algo más de 300 millones de euros. Sin duda, que la productividad, la eficiencia y el concepto de dedicación del servidor público están en la mira de una administración que está lejos de un aceptable nivel europeo.
Lo que está en el fondo de esta debacle financiera es que las administraciones tienen que ser adecuadas, reducidas a los tiempos que corren. Una mancomunidad de municipios de la Costa del Sol, por ejemplo, podría bajar costos e incrementar su productividad, pero quién coloca el cascabel a esos ayuntamientos, aunque sea del mismo color partidista. Reducir los 8.116 es una tarea urgente, pero pendiente de un consenso que nadie quiere poner encima de la mesa. Replantear con firmeza y valentía el papel de las Diputaciones, en consonancia con la de los Ayuntamientos, es otra faceta de este rompecabezas español que se llama Autonomías.
En cuanto a las Universidades andaluzas, diez públicas y una privada a partir de octubre, habría que hacerse la misma pregunta: ¿Se podrían reducir, digamos, a cinco o seis, agrupando sinergias por campus? Esa decisión, desde luego no es fácil, pero si no se hace algo al respecto, ¿de dónde se sacará el dinero? El ‘café para todos’ ya no es posible, tenemos que enterarnos de que corren malos tiempos para la península. Mientras los políticos esperan, se acaba el tiempo y avanzamos deprisa hacia el borde del precipicio. Por ahora, seguimos jugando a ser felices. ‘La felicidad, ja, ja’, que dijo Alfredo Bryce Echenique. Aún nos quedan los turistas.