Como aquel lema de España, esta ciudad sorprende porque se pueden hacer cosas que en nuestro país están prohibidas, como fumar en los bares de copas
El jueves pasado la foto de portada de The New York Times estuvo dedicada a los mineros españoles del carbón enfrentados en Madrid a las fuerzas del orden y el plan de austeridad extrema del gobierno de España, que unía ambos acontecimientos como la metáfora periodística de una Europa que se deshace en un país que la UE no puede dejar caer más de lo que ya está. Si el NYT pone una foto a color en su primera página es porque la noticia es de gran relevancia para este país y el mundo.
Del «yo y mi circunstancia…» orteguiano deviene el yo y mi circunstancia mariano, que deriva a su vez en el circunstancial apoyo a la deprimida banca. Un círculo interminable, donde los cada vez más empobrecidos españoles deben sacrificar sus cotidianas vidas para que los banqueros puedan seguir haciendo caja. Abajo el déficit, viva la recesión. Ese «yo» no sabemos dónde andará, pero la circunstancias no pueden ser más desoladoras. El gran ajuste pende sobre las cabezas de millones de ciudadanos. Parece un título de una película de gangster, aunque en realidad es el azaroso presente que nos conduce a un futuro más que incierto.
Por aquí, en este Miami que acabamos de dejar para subir al norte del Pacífico americano, la gran burbuja inmobiliaria que arrastró hacia el cielo un conjunto de edificios de lujo en la zona de Brickell, próxima al Downtown, desafiando el subsuelo cenagoso de esta región donde Ponce de León buscó afanosamente la fuente de la eterna juventud sin conseguir más que malaria y flechas envenenadas, ha salido a flote, tras el trago amargo de un lujo que atragantó a los bancos y a los confiados o temerarios inversores en una cadena de desahucios, malogrados préstamos y quiebras inmobiliarias en cadena. Ni aquél consiguió la juventud para siempre, ni éstos el Dorado postmoderno que convertiría a los rascacielos de Miami en pilares inagotables de piedras filosofales. En este impresionante skyline de un par de kilómetros frente a las costa, se perfila una ciudad que vuelve la cara al desencanto y respira un renacer de su economía.
Los contrastes, en comparación con Málaga, sin ir más lejos, llaman la atención a un español que observe un tanto el desparpajo de algunas costumbres locales. Los restaurantes, lavados de coches, supermercados o bares tienen más empleados que los similares españoles. Son fuentes de empleo de salario mínimo más propinas, aunque fijos. Todos esos edificios de Brickell tienen un profuso personal de aparca-coches, porteros, vigilantes, mantenimiento a costa de unos 1.000 dólares/mes de comunidad. El sentido de confortabilidad hay que pagarlo. En contraposición a nuestra premiada EMT, el transporte público de esta extensa ciudad es precario, deficiente e insuficiente. Este es el reino del automóvil con una gasolina aún más barata que la nuestra. Una amplia red de autopistas que contiene una ciudad, surcada por el río navegable que le da nombre y cientos de canales y brazos de mar de una costa extensa plagadas de largas playas. En esa red de autovías los motorista circulan sus anchas sin casco alguno y sin apremio de multas, porque no está prohibido.
Mientras en la barra de un bar de copas, como el llamado «xoxo bardot», que podríamos traducir libremente como el «chocho de la Bernarda» se puede fumar, incluso alguien se aspira un porro, en las playas no se puede beber alcohol, a menos que lo hagas en algún chiringuito playero, escaso en estas costas. Sobre la arena, nada de copas ni de topless, bajo pena de multa inmediata a cargo de los polis que surcan la orilla en sus quads. Las diferencias con la «madre patria» son más que notables.
El amor en los tiempos del cólera cubano ha roto la barrera entre Miami y La Habana con el primer cargamento de ayuda humanitaria enviada por los cubanos del exilio a bordo del buque Ana Cecilia. Un mar cercano de 90 millas náuticas separado durante medio siglo. Una noticia que toda la diáspora antillana comenta a favor o en contra, hay cubanos para todo.
La Florida es un estado fundamental en el combate Obama/Romney. Están muy igualados, 46 el presidente y 45 el aspirante. El 9 por ciento restante queda para los indecisos y el partido libertario de Gary Johnson. Los analistas dicen que Romney está obligado a ganar aquí, un Estado donde el lobby latino pesa demasiado. Y donde el 50% cree que la reforma sanitaria debe ser revocada. El verano prosigue abrasador.