Festivales de cine sin sentido, demasiados en esta España trágica donde se sigue gastando el dinero público con la alegría de una final feliz
Lo ha dicho de manera sorprendente el director del Festival de Málaga, Carmelo Romero. ‘Habría que replantear su existencia’, afirma, aunque deja fuera de su crítica al que él dirige. Que un hombre de cine, como este, declare tal cosa clama a la reflexión precisamente sobre este nuestro que llega, del 21 al 28 de abril, a su decimoquinta edición. En estos tres lustros, la muestra de cine español ha devenido en una pasarela del autógrafo, que firman actores de teleseries y de películas de segunda o tercera. Tiene razón Romero, aunque habría que empezar por revisar el suyo propio.
No hay duda que el evento pone en el mapa mediático a la ciudad. Pero la efímera ráfaga informativa se diluye en una semana, tras un alto coste que soporta el Ayuntamiento de Málaga casi en solitario (2.100.000 euros) con exiguos aportes del Instituto de Cinematografía (54.000 euros); otros 100.000 del Ministerio de Cultura; o la Junta de Andalucía que puso en el pasado otras 100.000 monedas, aunque en esta ocasión no dará nada. En total, algo más de 2.350.000 euros. A casi 300.000 euros por día con la recia lluvia, llamada crisis, que cae a diario sin que se le vea remisión; parece demasiado dinero por promocionar a una ciudad con carencias más urgentes que atender.
Las perlas que soltó Carmelo Romero en Madrid hay que enmarcarlas. “Ha habido eventos de este tipo que no han tenido sentido… se ha gastado mucho dinero que habría estado mejor invertido en una política cinematográfica adecuada… ya que existen ciudades en las que apenas se pasan películas, pero tienen un festival porque que el concejal de turno quiere hacerse una foto”. Y sigue, “…ahora es el momento de replantear si tienen sentido y si sirven para algo”. Las autoridades municipales malagueñas pueden que le digan a Romero, lo que Cantinflas en aquella película, ‘no me defienda, compadre’.
Romero tiene razón, en lo que se equivoca es que también habría que aplicar sus reflexiones al de Málaga. Sólo aclara que sigue siendo fiel a sus principios, hacer una ‘foto fija’ del cine español. Si es así, esa foto o sale desenfocada o lo que este festival nuestro refleja es una tristísima realidad. Un certamen donde no estrenan sus películas los cinco o seis principales directores españoles, hay que replanteárselo. Mantenerlo, sólo por la imagen, no parece ser una sólida razón.
Málaga como ciudad del cine ha desperdiciado, en estos quince años de festivales, la oportunidad de convertirse en un Hollywood del sur de Europa, aprovechando precisamente su caudal solar, que fue el origen de los Estudios estadounidenses. Una Costa del Sol no sólo de playa y chiringuito, sino de plató cinematográfico. Ahora es demasiado tarde, ya no hay caja para soportar esa inversión. Una Cinecittá andaluza hubiera dado continuidad al festival y una capacidad mayor como empresa para apoyar un verdadero desarrollo del cine hecho en España. Hubiera podido, al mismo tiempo, impulsar la formación de artistas, técnicos, realizadores. No se hizo y seguimos dando continuidad a una muestra de cine menor, un espejismo de lo que es y podría ser el cine en este país con mucho talento actoral y técnico, pero con escaso soporte industrial para que su perfeccionamiento pueda ser considerado un arte que necesita gobernarse en los complejos vericuetos de la distribución, la exhibición y la codiciada taquilla. La ambición se quedó en un certamen menor a los ojos, incluso, de la propia gente del cine español.
Tal vez Romero hará bien en replantearse el festival que dirige, ya que en relación a los algo más de 200 cónclaves similares; en este, el mayor peso presupuestario lo aguanta el Ayuntamiento, el nivel de espectadores es el más bajo en relación a la ciudad y la presencia del cine español se remite a producciones de menor nivel. Aquí sí que sale caro el autógrafo de un famosillo.