Los que estudian las señales climáticas avisan de peligros. Aquí estamos curados de espanto. Con la crisis, que no acaba, tenemos suficiente
Este es el año marcado por muchos agoreros modernos como el del Apocalipsis. Se basan en profecías de Nostradamus, en las precisas predicciones mayas, en los rollos del Mar Muerto, en los Evangelios apócrifos, en las señales del clima, entre otras cábalas, para señalar un cambio de ciclo peligroso. Un planeta cansado de tanta humanidad contaminante. Un magnetismo que puede virar los polos con consecuencias catastróficas. En fin, una amenaza de fin de los tiempos, que puede venir a resolver radicalmente la deuda de las naciones y el sufrir lento de las personas que no tienen cómo subsistir. Si el planeta se va a ser gárgaras, los que queden no tendrá que preocuparse por la hipoteca, ni por manifestarse indignados, sino por encontrar una cueva que haya quedado en pie.
Mientras eso ocurre o no, la realidad nos golpea con su crudeza llamada crisis. Comienza el año del cambio en España, que todos los que tienen responsabilidad políticas y económicas saben que no será un buen año. Quisiéramos poder cantar ‘este va a ser un buen año’, pero no encontramos el estribillo adecuado, ni la entonación, ni la escala precisa, ni siquiera en tiempo de rap. No obstante, la felicidad para 2012 es un deseo irrefrenable, un augurio necesario. Aquí no hay espacio para el pesimismo, pero el optimismo no se nutre de ingenuidad, sino de buenas y fiables informaciones. Para eso nos queda la prensa, poca con la seriedad mínima, pero alguna sigue en pie.
En esta tierra ancha y larga que es la nuestra, la más cercana, estamos en elecciones de nuevo. Es lo que tiene la democracia, que se ve en la obligación de financiar las urnas una y otra vez. Mejor ese gasto que ahorrárselo. Ir a votar es una gestión de los malos augurios. Mientras se decide el voto se olvida uno del magnetismo de la Tierra. Se votará en primavera que es un voto fresco, nuevo, con olor a jazmines y naranjales andaluces. Los dos grandes que se presentan, ofrecen cambio. Uno desde la significación de destronar a los reyes de la copla, los que vienen estando en el tablao con la promesa, difícil de cumplir, de cambiar desde dentro. Es lo que se usa en la partitocracia, se invoca a la participación ciudadana, pero los militantes votan poco o nada por sus líderes campeones. La aclamación es más directa, más inmediata, más telegénica. Y, además, no hay que perder tiempo contando adhesiones, la mano alzada, la ovación no necesita de comprobaciones.
2012 va a ser un año para recordarnos la contabilidad de la estadística. La cantidad de votos que contarán la derrota total del socialismo español, si pierden, como es previsible, el gran cortijo andaluz. El compromiso adquirido por los ganadores con el cambio de esta España toda, que tiene una rodilla en tierra, vencida por el paro y con esperanza en la fe de que se saldrá del agujero. La responsabilidad que otorga esa gran mayoría no es nada baladí. Si no se dan respuestas serías, sólidas y rápidas, habrá que empezar a pensar en cambiar este sistema de partidos fuertes, pero incapaces de responder en estos momentos de extrema gravedad. Uno ya ha fallado, nos queda este otro.
Por eso, este 2012 va a ser un año para el recuerdo y no tanto por las profecías de la destrucción, que finalmente, como tantas otras veces, no ocurrirán ni harán que este mundo desaparezca tan pronto. Aquí por lo que hay preocuparse es por el fin de mes, que está más cerca que la desviación del magnetismo de los polos terrestres. Nuestro polo particular está en la cola del paro, en el sueldo restringido, en los impuestos que escalan posiciones, en la hipoteca que llega implacable, en los bancos que cuentan sus ganancias; en esta Europa vieja, cansada, pero que no encuentra cómo jubilarse; en la energía, cada vez más cara, pero imprescindible para moverse, calentarse o enfriarse; en llegar sin rasguños apreciables a cada fin de jornada. Así, 2012 va ir transcurriendo sobre nuestras espaldas. Si hay algo que cambiar y parece mucho, tienen que hacerse pronto y sin titubeos. A ver si podemos llegar a diciembre de este año sin que los mayas vayan a tener razón.