Exportamos más, pero el empleo sigue cayendo. Andalucía duerme la siesta cuatro meses más, para saber si la hegemonía socialista se aparca en el arcén del recuerdo tras treinta años de mando en plaza
Los púgiles ya están en sus banquillos. Sus respectivas esquinas alardean con la victoria. El nuevo ‘campeón’, no obstante es precavido, no quieren que sus segundos inflen la toalla de facilidades. Pide que le dejen respirar tranquilo ante la embestida del adversario, que desde su esquina se dispone a aplastarlo en una lucha titánica, nunca vista, por defender el título, el único que le queda a su escuadra. Perder el combate andaluz le hará pasar a la historia como el púgil que nunca fue, condenado al ostracismo más profundo, borrado de las fotos y de los anales socialistas andaluces. Por algo nunca fue elegido, sino proclamado.
El nuevo campeón ha hecho calistenia durante mucho tiempo. Se ha recorrido en caminatas incansables, como un Rocky local, la geografía extensa del mapa andaluz. Ha comprobado que en la convocatoria municipal, el voto le ha sonreído. Las apuestas por esta batalla van bien. Diez puntos a su favor, tal vez más. Mira a su contrincante en la esquina opuesta, a la izquierda del cuadrilátero, y le parece falsamente envalentonado; le mira a los ojos y le ve cansado, sin seguridad. El titular, que ha heredado el compromiso, sabe que puede perder, que este combate no se gana por puntos. Hay que noquear o perderá el cinturón de titular designado, que ha ceñido su equipo durante tres décadas. Un récord que puede escapársele en esta última batalla por su corona.
El titular andaluz está confiado. Sus entrenadores le han dicho que el aspirante tiene que triunfar por una paliza absoluta. Y que eso no es tan fácil, porque es imposible que gane todos los asaltos. Y que ahí están ellos para ir corrigiendo la pelea round tras round. Habrá golpes bajos, prohibidos, que ellos llaman ERES, le dicen que se queje al árbitro, pero que no retroceda a las cuerdas, porque estará perdido. Un golpe bajo sobre las cuerdas duele más. Le recuerdan, con alegría, que al que su equipo llama ‘campeón’, ha perdido ya tres veces esta magna pelea de los pesos pesados andaluces, y que no tiene preparación para aguantar la cuarta. Será fiambre antes del décimo asalto. Le contarán diez oliendo la lona del ring y de ‘campeón’ pasará al gran fiasco. El titular pasará a la historia de su equipo como el salvador del socialismo español.
Las apuestas se han disparado. El personal reboza las gradas. En la sillería junto al ring están todas las caras principales, allí no falta nadie. Fuera el griterío abronca la noche. Casi no se puede respirar por la emoción de la inminencia del combate. Ya hay más gente fuera que dentro. Se olvida por momentos las dificultades de las jornadas en el paro; de la paralización de la economía andaluza; de ser el territorio más castigado de España y de Europa por el desempleo crónico. De que estamos en una guerra de la economía, donde las bajas españolas se cifran en cinco millones de personas, por ahora. La esperanza está en el ring, en la pelea que va a comenzar a lo grande. Los carteles, las voces en la radio, las imágenes en la tele, los altavoces, las banderolas, el confite, las banderas azules y rojas, las gorras. ¡Qué ambiente!
El ganador de la contienda alzará el brazo y se coronará como el salvador del caos. Esa noche comenzará su verdadero combate. Ganar una guerra contra un enemigo al que no puede eliminar ni pactar sin que imponga sus ventajosas condiciones. Un poder que no es el clásico militar, que no se atrinchera en líneas defensivas conocidas, que opera noche y día, sin demora, sin tregua. Que no deja un segundo para recobrar el aliento. Tamaña empresa bien merece un campeón de los pesos pesados, que vaya ligero de equipaje, sólo con lo indispensable para asaltar con éxito al enemigo que tiene contra las cuerdas de la desazón a millones de andaluces. Ese equipamiento no por frágil tiene que ser menos duro. Requerirá grandes dosis de sacrificios, pero también de solidaridad. Valentía para cambiar radicalmente a este suelo milenario para adaptarlo a los nuevos tiempos de guerra asimétrica y económica. Comprender que el enemigo no es el derrotado en el reciente ring, sino el gran capital, ese que no duerme en las redes globales del ciberespacio.