La población está inactiva. No es que sea vaga es que no hay actividad. En Andalucía, así como en Málaga, se sobrepasa el 30 por ciento de parados
Entre el cúmulo de noticias desagradables, difíciles de creer, inverosímiles, como que la pandilla de Carcaño se cachondee del sistema judicial, que la madre del ‘Cuco’ haya logrado su minuto de fama bien pagado en Tele 5; que los niños desaparecidos en un parque infantil de Córdoba, lleven más de tres semanas sin aparecer o que la ETA haya anunciado su fin, pero guardando armas y munición en sus zulos de costumbre, está la última Encuesta de Población Activa –EPA–, que parece un chistes negro, porque lo que subraya el sondeo es lo contrario, los inactivos, dada la magnitud exorbitante de la cifra, que se instala groseramente en los 5 millones de desempleados.
De éstos, 1.232.900 están en Andalucía, donde pese a las coreadas asombrosas cifras de turistas que nos han visitado este verano, esta industria, que mueve millones, no ha sido capaz de emplear a más personal. Algo huele mal aquí mismo, no hay que irse a la Dinamarca de Hamlet. La ecuación turistas/empleo no se despeja. Tener todos los huevos en la misma cesta es la forma menos segura de crear empleo. En Málaga los parados cubren casi un cuarto de millón de personas. 60 parados más cada día en el último trimestre. Un porcentaje similar al de toda la región, sobre el 30 por ciento, superando en algo más de ocho puntos a la media nacional, que está ya en 21,5 por ciento. Una situación más que grave, porque esto no hace más que subir. Los expertos ven la recesión a las puertas de España, una vez más.
Aunque no todos los parados son titulados, la proporción en Málaga podría estar en un 80/20 por ciento para no profesionales y los que esgrimen un título universitario, igualmente es cierto que no es una garantía poseer uno. En el segmento de parados de larga duración, que ya nadie les da fecha de caducidad a su inseguridad laboral, el porcentaje de gente sin formación es mayoritario, cosa que podría dar algo de esperanzas a los que la tienen. Lo cierto es que si bien una preparación universitaria o de formación profesional o técnica abre puertas, no hay muchas puertas que se abran, con lo cual, unos y otros sigue ahí, más quietos, parados, estáticos que nunca en este país fundador del concepto Europa hace ya más de cinco siglos. Los técnicos que asesoran en estos asuntos, recomiendan no perder el tiempo buscando un trabajo, que no hay, sino emplearlo en formarse con la esperanza vaga, pero aliciente al fin y al cabo, de poder encontrar un trabajo con una mejor capacitación profesional. Contra ese consejo conspira convertirse en un parado de larga duración, al que cada mes que pasa le será más difícil encontrar una colocación decente.
Está también una tabla que flota y pone a salvo a buena parte de la economía española: la sumergida. Su calificación es paradójica. Indica que no se ve, pero se siente y no se hunde, aunque está oculta. Los economistas han escudriñado el tema y valoran entre un 20 y 30 por ciento del PIB lo que mueven quienes trabajan, cobran, pero no declaran. Esta masa de dinero sigue manteniendo con vida a los sectores del consumo y sí paga sus hipotecas. Son de variados oficios, por ejemplo un cerrajero que cobra 60 euros por un minuto de trabajo real (abrir una puerta), más el traslado a, pongamos, las 20:30 horas de un sábado. No está mal. Si, además, está apuntado al paro y lo cobra, pues la crisis le sienta muy bien. Sigue encantado de vivir en medio del desconcierto económico. La pregunta es ¿por qué no se pone orden en este caos de la economía sumergida? ¿A quién beneficia, además de a los que la ejercen? España es el país europeo con la más alta tasa por este tipo de actividad.
Finalmente, ante esta avalancha imparable del desempleo español, que gana el campeonato europeo, la gran copa, el dudoso honor de ser los primeros en el peligro de no tener trabajo, nadie da con la clave para salir de este foso hondo y resbaladizo. Los que quieren seguir gobernando, prometen lo que no hicieron en estos cuatro últimos años. Los que aspiran a ser de nuevo gobernantes sólo atisban tibias soluciones, vagas promesas, sin atreverse a explicitar el cómo ni el cuándo. Atrapados en el laberinto sin salida del paro, cinco millones esperan y desesperan.