La indignación debe convertirse en compromiso antes que la basura nos cubra por completo. Demasiados signos de deterioro para una paciencia agotada
Mientras la rectora, Adelaida de la Calle, en plena lid electoral para presidir la CRUE, pide a los indignados que se comprometan, el PP cierra su jornada malagueña con el compromiso de ganar en el 20N y cambiar a España, una empresa ciclópea. Un informe de una cadena comercial de alimentación dice que en Málaga se recicla poco y mal. El Festival de Málaga de cine español se enreda en su laberinto, donde dijo Diego, dice Caneda. Hitos informativos que dan que pensar.
De la indignación al compromiso hay un camino largo. Los españoles de media España y la otra mitad están indignados. Porque no tienen trabajo principalmente o porque tienen uno precario colgando de contratos basura o porque son funcionarios con sueldos disminuidos desde junio de 2010; porque le quitan la vivienda por no poder pagar la hipoteca y le embargan la vida esos bancos protegidos, donde habitan directores blindados de por vida.
La indignación es tan larga y tan ancha como el país. En este mar revuelto de presente trágico, los jóvenes universitarios entran en el saco de la indignación, y no sólo los que obtienen un título superior, sino todos ellos en general. La rectora de la Calle, cifró en 40 por ciento los mozos españoles que no consiguen empleo. Es demasiado para una sociedad, que apenas ayer se le afirmaba que vivía en la abundancia del todopoderoso Estado del bienestar. La teoría del caos se declara insolvente para explicar esta debacle.
Una salida es emigrar, un verbo que no se conjugaba desde los tempranos años sesenta. Un programa de TVE presenta a españoles que van por el mundo conquistándolo, tal vez sea un buen reclamo para abandonar a este país nuestro y poner un pica allende los mares. Los que salen en los vídeos, están contentos, han triunfado en las más variadas ocupaciones y sólo vuelven a su patria de vacaciones. Aún no han entrevistado a ninguno que haya fracasado en el intento. Curiosa invitación a dejarse llevar. Volvemos a ser un país de emigrantes, sólo que esta vez los que se van llevan en el equipaje un título, cierta experiencia profesional. No son ya aquellos pobretones de maleta de cartón. Pero es un indicativo de lo que está pasando con los más jóvenes, una fuga de cerebros que algún día lamentaremos. Emigrar es reconocer una frustración.
Limasa. Por las costuras de las calles malagueñas la cuestión de la basura cobra un protagonismo que no termina de estar en escena. Una nueva alerta surge por una encuesta de solvencia cuestionable, aunque aporta datos que las autoridades municipales no deberían desestimar a priori. Viene a señalar que los malagueños producimos más kilos de basura por habitante que haces dos años y que pasan otro kilo de separar los desperdicios.
Si bien es cierto que la educación medioambiental hay que crearla, también lo es que Limasa es una empresa mixta (privada/pública), donde las cosas se hacen bastante mal. Su eficiencia se demuestra nula, cuando llevan cinco años pensando en reponer un contenedor para cristales y aún no lo han repuesto; así reciclar es imposible. O cuando no definen con claridad si es mejor soterrar la recogida de basura. La imagen del Centro de la ciudad es deplorable. Dicha empresa estima que podrían ahorrar unos 60 millones de euros por año si los ciudadanos tuvieran el cuidado de reciclar bien y no creer que las calles sean basureros a su servicio. No es poco ahorro. Pero hay que poner los medios. El alcalde, Francisco de la Torre ha dicho que le va a meter mano a la organización de la recogida de basura y limpieza general de la ciudad, sabe que hace falta, si sale senador más aún.
En el horizonte las elecciones generales del 20N para elegir un nuevo gobierno que gobierne esta ruina. Al día de hoy el PP sale ganador por mayoría, el PSOE se iría a regurgitar su reciente pasado, que los llevará a sus cuarteles de invierno. En tres días malagueños, los populares han proyectado su entusiasmo eufórico. Les queda para la primavera el bastión andaluz. Pero no nos llamemos a engaño, lo que aquí hay que arreglar no es sólo cuestión de mayoría de votos, ni de un solo partido absoluto con todo el poder político. Aquí se impone darle la vuelta al calcetín, lavarlo y ponerlo al sol de profundos cambios estructurales.