Como un espejismo en el desierto, la libertad en el Islam se percibe en medio de la tormenta. Su realidad es incierta y el precio del petróleo detiene el aliento europeo
Es curioso que en medio de la conflagración de los países musulmanes que se han alzado contra la tiranía, se haya celebrado en Málaga un cónclave de ciudades euro-árabes, donde el norte ha sido la defensa de la libertad. Un régimen de igualdad que han ignorado por sistema dichas naciones. Si tales revueltas populares desembocan en gobiernos electos, que se acerquen a la forma de entender la democracia que tenemos en el llamado mundo occidental, bienvenidos sean. Será una contribución a un verdadero diálogo de civilizaciones, probablemente menos retórico y más realista que el actual. Pero las dudas asaltan por todas partes. ¿Dónde está el espíritu democrático en el pensamiento islámico?
Clanes, familias, tribus, sunitas y chiitas enfrentados desde el fallecimiento de Mahoma; tiranuelos que se aferran al sillón de mando; reyes autodenominados herederos del profeta; Estados instalados en la teocracia absoluta, como Irán, y una Turquía con una muy particular forma de entender la democracia. Además, de las connivencias geopolíticas de los jefes de occidente, EEUU y la UE con algunos de estos líderes ungidos por el petróleo y el gas, esos productos estratégicos con los que la liga árabe y la OPEP condicionan su lugar en el mundo.
La deriva hacia la democracia implicaría cambiar muchas, demasiadas cosas en este entramado de intereses económicos y militares. En ese juego de alianzas circunstanciales, que tan mal le han salido a los asuntos de la superpotencia americana: amigos de Sadam y Ben Laden, para tener que declararlos más tarde sus archienemigos. Aunque a simple vista, siempre veremos con entusiasmo la democratización del mundo musulmán, su código genético, grabado por su religión y su interpretación más o menos extrema, hacen sentir serias dudas. Por lo pronto habrá que esperar a la evolución de ese clamor de un pueblo empobrecido, que vive en naciones riquísimas.
Los líderes de casi todos esos países tienen la sartén cogida por el mango, la pobre Europa está en sus manos. El modelo de desarrollo energético depende del combustible fósil. La desestabilización de Libia ha disparado el precio del barril de petróleo Brent hasta 120 dólares, y España tiembla. Desconocemos la verdadera cifra de nuestras reservas, ¿es un secreto de Estado?, pero, por lo pronto, el gobierno pone el paño caliente antes de que la herida reviente: ‘corra usted menos por las autovías y podremos ahorrar gasolina’. Un medida de emergencia (¿temporal?) a ver qué pasa, finalmente, al otro lado de nuestro mar común.
Las revoluciones las inician unos y las capitalizan otros. Sólo hay que pasearse por la historia. Los mencheviques derrocan al Zar Nicolás, pero son los bolcheviques quienes se apropian de Rusia y la convierten en la URSS. Los girondinos marcan el rumbo de la nueva Francia, pero son los jacobinos quienes radicalizan el proceso, para después hacer surgir a otro gran emperador. Irán tumbó al Sha, el rey de reyes, para instaurar, desde 1979, un régimen absolutamente estricto en la observancia de la fe: “El gobierno islámico está sometido a la ley del Islam que no emana ni del pueblo ni de sus representantes, sino directamente de Dios y su voluntad divina”. Las consideran leyes eternas que permanecerán vigentes hasta el fin de los tiempos y, por consiguiente, todo islamista le debe fiel obediencia.
Por tanto, no hay que dejar de pensar en que estos movimientos de jazmines y juventud valiente, puedan ser utilizados por las bien organizadas agrupaciones de los más radicales, los defensores de la verdadera fe musulmana y, saliendo de los dictadores y reyezuelos, caigan en la más profunda noche de la libertad. En este momento, España y la UE toda, tienen que apartar las tibiezas y plantar cara en la buena dirección de la democratización efectiva de esos países hermanos del Mare Nostrum.
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