Con el látigo en la mano Linde deja la verja. Dando un porrazo institucional rompe el bastón contra la mesa del diálogo. Punto final, se queda tras la verja como un sitiado de espaldas al mar.
Con la verja no hay quien pueda. El propio Linde ha dicho que prefiere echarla abajo, pero mientras tanto la retranquea, es decir la deja igual, pero un poco metida para dentro, ¿para qué ese nuevo gasto?, la hubiera dejado en su asiento original. Exigió al Ayuntamiento que si no quitaba el botellón del Paseo de los curas él no echaba abajo la verja. El Ayuntamiento le hizo caso, pero ahora la excusa es otra. La decisión de dejarla donde está, vallando el muelle para que se nos siga ocultando el Mare Nostrum, está basada en un error de cálculo en el palmeral de las sorpresas, que ha quedado en un desnivel peligroso. Un error técnico que, pareciera, no se pude resolver sino dejando la verja donde está. Parece una excusa, más que una solución técnica. El muro de Berlín cayó, pero la verja del Puerto de Málaga se resiste. Se está convirtiendo en el símbolo de una ciudad de espaldas al futuro.
Una barrera visual que todos por esta ciudad quieren dejar de ver. La voz ciudadana, representada por un grupo de personas pensantes, preocupadas, lúcidas y que no tragan cuentos le ha tomado la delantera a los cargos políticos y ha plantado cara al asunto. ‘Abajo la verja’ y de Carrefour nada, ni top ten, ni vainas. Y un edificio para actividades culturales, pero sin pasarse de altura. No es necesario decirlo más alto, porque está clarísimo. Los manejos, vaivenes de veinte años, de negociaciones entre el Puerto, la Junta, el Ayuntamiento, Unicaja y las empresas concesionarias han concluido en este enredo, que ha ido desde los multicines al Carrefour, pasando por un edificio cultural más alto que la rasante del paseo de la Farola. En fin, una telaraña que no tiene final. Y tapando todo, la verja, inhiesta, altiva, desafiante, poderosa, infranqueable, una linde dentro de un Linde.
Ante la incapacidad manifiesta de los responsables públicos, los representados, sintiéndose excluidos, han tenido que alzar la voz. Aún está por comprobarse qué dice de todo esto Unicaja, cuyos administradores, a fecha de hoy, no han abierto la caja. Los malagueños quieren algo sencillo, que el Puerto pertenezca a la ciudad, que no se esconda tras la verja. Que se aproveche la singular cuestión de que este Puerto está en el centro de la ciudad, no es poca cosa, y convertir a ese espacio en una zona de esparcimiento. Un área amplia donde el ocio tenga una oportunidad cercana, agradable. En Málaga no sobran sitios así, más bien faltan: un bulevar amplio, un gran parque o dos. El Puerto, sin verja lindesca, bien podría incorporar a la ciudad un lugar nuevo que siempre estuvo ahí.
Por los momentos, parece que no habrá edificio más alto que el nivel que marca la rasante del muelle en su esquina dorada. El palmeral, sorpresivo más que sorprendente, no permite que se elimine la verja, según Linde. Los concesionarios insisten en que el proyecto sin supermercado no es rentable, así que aún queda la batalla final: tumbar la verja y que el edificio cultural sea para ese fin y no para comprar dos por uno en el top-ten portuario. ¿Será tan difícil tomar esas dos decisiones definitivamente? Si los malagueños se organizan y marchan con un martillo cada uno caería la verja. Recuerden las imágenes de Berlín en 1989. No se puede seguir dando la espalda a los deseos legítimos de los ciudadanos. Ya está bien. Por algo los administradores públicos salen muy mal en todas las encuestas. La más reciente señala un alto incremento de la abstención en unas elecciones generales, si se hicieran hoy.
La presión ciudadana funciona. Ya se paró, en 2000, la pretensión de Chelverton para explotar esta esquina con un centro comercial al uso: multicines, bowling, tiendas, macburger, etc. Aquellas protestas originaron un nuevo plan para el Puerto, que tras ocasionar una polémica adjudicación a las nuevas obras, ha llegado a trompicones hasta la fecha. Ahora, la ciudadanía, representada por un grupo de portavoces acreditados, ha vuelto a plantarse frente a la verja y el macro edificio, por los momentos gana el pulso y siguen en estado de alerta para espantar el fantasma del super en el Puerto. Muros más altos han caído, dice el refrán. ‘Si yo tuviera un martillo’, decía un rock de los sesenta. El Mare Nostrum, espera.