Un súper en el Puerto ha concitado la unanimidad política en contra. Mientras las ‘natas’ siguen nadando a su antojo, un nuevo doctor invade las pantallas
En la comarca litoral no suele suceder que los políticos se pongan todos de acuerdo en un punto polémico. Siempre andan divididos recorriendo los argumentos ad infinitum en pro y en contra. En esta ocasión han cerrado filas: Un supermercado en el Puerto, nunca. Pese a esta fortaleza inusitada, es muy posible, casi seguro al día de hoy, que las fuerzas oscuras ganen el pulso. El nuevo Puerto, que se resiste a abrir sus puertas a la ciudad, y eso que está en el mismo centro, tumbando la valla de una vez y para siempre, ahora maniobra soplando viento a favor para que en la esquina más apreciada se erija un magnífico templo de la posmodernidad.
Es inexplicable que la autoridad portuaria haya negociado con una empresa privada sin puntualizar el tipo de comercios que podía instalar allí. Los empresarios dicen ahora que sin súper aquel negocio no es viable. Ahora todo depende de Carrefour sí o sí. No se justifica, ya hay un Opencor en las inmediaciones y el argumento a favor de los cruceristas es vacuo. ¿Quién se beneficia del súper portuario, además de los concesionarios y la cadena comercial francesa?
A recoger velas tocan. El nuevo Puerto, cuyo palmeral ya acusa las plagas vegetales, tiene que ser una referencia comercial de ocio de altura, un espacio recobrado para la ciudad y una zona de vínculo entre los malagueños y el mar que originó la creación de este enclave, que, con el correr de los siglos, se convirtió en la ciudad que hoy tenemos y sufrimos. No la machaquen más. El Puerto no necesita centros de compra, con sus aglomeraciones de tráfico y contaminación, requiere cultura. No quieran seguir ustedes instalados en lo fácil. Sean audaces, dejen el marchamo de catetos atrás, entren en el siglo XXI de una vez. Recuperen el tiempo perdido, tras veinte años pensando en qué hacer con el Puerto. Derriben esa valla, que es su propio símbolo de la inamovilidad mental que los caracteriza, ya no hay botellón en la vía paralela.
Las natas que flotan por la costa malagueña es otra alegoría de la pereza mental de nuestros administradores. Unos, poniendo barquitos para recogerlas, siempre con retraso. Otros, conminando a los ciudadanos a que usen racionalmente los desagües de sus casas. Pero ninguno resolviendo el problema en su raíz, construyendo o modernizando las depuradoras de residuos que van a dar a la mar sin restricciones apropiadas. Y nuestro Puerto instalado en una eterna discusión que aburre por lo larga y estéril.
Tenemos un nuevo doctor honoris causa en nuestra universidad. Es un signo de los tiempos. La Academia se abre a la farándula. El novel doctor conmovió a la audiencia en el acto de su actuación. Aunque nos contó lo que sabíamos o intuíamos, su ascenso ha sido encomiable. Las opiniones, en la noche de solemnidad académica, que incluyó alfombra roja, estuvieron divididas. Demasiado para un actor y director, que por más embajador de Málaga que sea no merece aún tanta distinción, hasta ahora destinada a la excelencia intelectual pura. Absolutamente merecida por su talante y brillantez artística, además de ser un malagueño poco olvidadizo con sus raíces. Como quiera que sea ya es doctor. Bienvenido al Claustro.
Un super en el puerto igual a otra catetada más en Málaga, ya es lo que nos faltaba por ver.
que tiren la valla y se dejen de supermercados,les parecen pocos los que ya tenemos
Qué quiere que le diga, don Carlos, la UMA tampoco está sobrada de excelsas como para escoger personajes míticos a causa de sus honores; anda justita y, si me apura, don Antonio aprueba en alto en lo suyo mientras que la UMA no llega en altura en aquello de lo suyo. O sea que me uno a esa bienvenida al claustro que usted le desea al malagueño Bandera. Sobre el superpuerto malagueño, creo que la Junta no le presta la atención tal que si fuera ‘cosa sevillana’, y don Enrique Linde Cirujano, Autoridad Portuaria de la cosa, está más cerrado en soluciones que el despacho de ‘Pepe’ Griñán con balcones de geranios a la Alameda. O sea que me uno a sus temores de que será cortito y que estamos perdiendo una gran oportunidad de hacer el puerto emblemático que nos merecemos después de medio siglo de mantener miles de hoteles 24 horas abiertos en turnos imposibles para generar una riqueza que, ¡maldita sea!, se gasta en embellecer palacios sevillanos. Javier Fernández