El palacio de Solesio de calle Granada ya luce las pinturas murales barrocas de arquitectura fingida en su fachada, similares a las de la iglesia de Santiago.
En julio de 2012 este periódico aclaró un entuerto, incrustado durante décadas en la memoria popular de Málaga, según el cual la gran mansión del XVIII al inicio de calle Granada era el palacio de los Gálvez. Para más precisión, se llegó a decir que perteneció a José de Gálvez, marqués de la Sonora y tío de Bernardo de Gálvez.
Nada más lejos de la realidad. En lugar del marqués, en él vivió un notable empleado de esta familia de Macharaviaya: el genovés Félix Solesio, el mismo que compró un cortijo, origen del Arroyo de la Miel. Además, José de Gálvez falleció tres años antes de que la casa se construyera.
La confusión se produjo porque la mansión lucía en la fachada exterior y en la interior sendos escudos de los Gálvez, que en realidad fueron añadidos en el siglo XX. El que presidía la escalera de acceso se sabe que fue colocado por el padre del pintor Rodrigo Vivar cuando lo localizó en Macharaviaya. El de la fachada se decía que había sido puesto por Ángeles Rubio-Argüelles, quien al parecer fue propietaria del edificio.
Lo que está claro es que fue Félix Solesio y no José de Gálvez quien en 1789 pidió permiso para levantar esta casona-almacén, pensada para almacenar los naipes de la fábrica de Macharaviaya que salían para América, fábrica que alquiló al Estado.
Aunque pensada como vivienda y almacén para unas barajas de cartas que por cierto provocaron muchas quejas por su mala calidad, el comerciante genovés no se anduvo con chiquitas y no levantó, precisamente, una chabola. Lo podemos constatar en la feliz reaparición de las pinturas murales de la fachada, que ya se pueden entrever en las obras del próximo hotel de cuatro estrellas que ocupará el inmueble.
Pese a los andamios y los vaporosos cortinajes de obra, algo se aprecian y aparentan ser de una factura parecida a las que hace pocos años reaparecieron en la fachada de la iglesia de Santiago, así que con este esperanzador aparejamiento artístico, frente por frente, nos es más fácil imaginar la calle Granada convertida en una fiesta cromática barroca, con la bonita arquitectura fingida en muchas de sus fachadas durante el XVIII.
También el palacio de Solesio luce arquitectura fingida: falsas columnas, dinteles y jambas para unas ventanas por las que don Félix observaría la marcha de sus carros cargados de juegos infinitos, cartas rumbo a los virreinatos españoles de América.
Era esa Málaga una sociedad rígidamente estamentaria en la que las apariencias, empezando por el vestido de cada clase social, lo eran todo. De ahí ese empeño en revestir las fachadas de un boato arquitectónico que imitara a los palacios auténticos.
Salvadas de la ruina, la especulación y la depredación urbanística, reaparecen las pinturas murales del palacio de Solesio, frente a Santiago. En Málaga estamos de enhorabuena.