Borrón de tinta en la camisa, desde la Aduana

22 Feb

Las espléndidas vistas de Málaga desde la terraza de la Aduana se ven estropeadas por la rotunda presencia del edificio ilegal levantado en los años setenta por unos militares en la falda de Gibralfaro.

La apertura del restaurante en la terraza de la Aduana nos ha dejado unas vistas impagables que antes solo la disfrutaban algunos funcionarios del Estado y, de higos a brevas, algún feliz usuario que se encontrara de visita burocrática.

Pese a que desde estas alturas se constata de forma mucho más clara que la recuperación del tejado para el palacio no fue tal, sino un subterfugio para añadirle una planta más, camuflada con paneles plateados, habrá que obviar la pillería si la ciudad y sus visitantes ya pueden disfrutar de un espacio museístico de palaciegas dimensiones, conseguido gracias a la constancia del movimiento La Aduana para Málaga, simbolizado en ese patio aduanero lleno de pinceles, ideado por el gran Eugenio Chicano.

Es de agradecer que el Museo de Málaga proyecte un vídeo en el que queda constancia de este final feliz gracias, repitamos, a esa expresión que está tan de moda en política, para diferenciarla de la Sociedad Filarmónica: la sociedad civil.

La terraza, sin embargo, ofrece sensaciones encontradas a quien se asoma, pues además de tener en primer plano la fortaleza de la Alcazaba en su esplendor de murallas y torreones, y a la derecha el centenario edificio del Ayuntamiento de Málaga, con los verdores del Parque a pocos metros, también exhibe lo que mejor simboliza el urbanismo cavernícola malaguita.

No lo pudo decir mejor, el pasado miércoles, una visitante española del museo: «Esto es precioso, pero qué pena que esté eso ahí».

Lo que estaba «ahí», recuerden, es una de las razones de peso que empujaron a los técnicos municipales a darle la vuelta al monumento al Biznaguero, obra de Jaime Pimentel en los Jardines de Pedro Luis Alonso. Desde hace unos años, el biznaguero mira al Monte Gibralfaro, para que los turistas que lo contemplen o fotografíen tengan de fondo el Consistorio y no la vergüenza urbanística por excelencia, el bloque de pisos construido de forma ilegal por unos militares de Aviación a comienzos de los 70 en la calle Campos Elíseos.

Como recordarán, un joven técnico municipal fue quien sufrió en sus carnes la expulsión del lugar de la obra, armas en ristre, por este dudoso grupo de emprendedores. Las décadas pasaron y el actual PGOU, la única pataleta simbólica que se ha permitido frente a tan inaceptable construcción ha sido declarar el suelo que tiene bajo sus pies, donde se asientan sus cimientos, zona verde.

Es muy posible que sus actuales propietarios desconozcan cómo se perpetró. Que estén tranquilos porque para expropiarlo, como recordó el alcalde Francisco de la Torre casi al principio de su mandato, haría falta un potosí, y ya se descartó en tiempos de Cayetano Utrera.

Es el borrón de tinta en la camisa, el pegote de urbanismo filibustero en unas vistas de película desde las alturas de la Aduana.

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