Pese a que vivan en la Málaga de 2018, buena parte de nuestros políticos dirigen nuestra ciudad con la visión urbanística de hace medio siglo. Por eso se urbanizará parte de Arraijanal.
Alguna vez, el firmante ha imaginado a la clase política malaguita de nuestros días transportada a los tiempos heroicos de Nueva York, cuando pasó de aldeucha portuaria británica poco recomendable a ciudad moderna.
Den por seguro que nuestros próceres habrían pegado una tajada importante a la extensión original de Central Park, alarmados por desperdiciar tanto pasto, para dejar a las generaciones futuras su buena ración de bloques de viviendas con el argumento de levantar una potente centralidad o cualquier otra vacua majadería.
Podría decirse, por tanto, que los neoyorquinos se libraron de tener a políticos malagueños en su plana mayor, pues habrían achicado con provincianas argumentaciones uno de los símbolos de su ciudad.
Los sufridos malagueños, que soportamos carros y carretas, hacemos lo posible por driblar las ocurrencias de una clase política anacrónica que hoy aplaude levantar un rascacielos en el Puerto, pese a que dañará nuestro paisaje los próximos siglos, que considera inadecuado para Málaga un gran bosque urbano en los dos distritos más masificados de la ciudad o que acepta sin rechistar el viejo truco inmobiliario de presentar a un arquitecto incontestable para que así cuelen las inaceptables exigencias del proyecto y la normativa urbanística, vigente para todos, se pliegue a la estrella.
Y así, con un Ayuntamiento cuyo concepto de modernidad es el mismo que el de la corporación municipal que hizo crecer La Malagueta hace 50 años y una Junta de Andalucía que ha alcanzado las más altas cotas de ineptitud e irrelevancia, no es extraño que estemos a punto de perder la última parcela de playa virgen de Málaga, El Arraijanal.
Se trata, no lo olvidemos, de un objetivo largamente perseguido por nuestros anticuados dirigentes, que ya acariciaron en su día la idea de convertir este improductivo trozo de terreno en un complejo con barcos y viviendas de lujo. Todo, por el interés general.
Sin embargo, descartada la idea por demasiado aniquiladora, nuestros políticos aplauden una vez más el futbolero achique de espacios y lejos de dejar la parcela intocable, reconvertida en un gigantesco espacio verde como un hecho insólito, moderno y ejemplarizante en el castigado litoral de la provincia, ahora desembarca una ciudad deportiva del Málaga C.F. Para verde, el del césped artificial.
El horror al vacio, a los espacios abiertos, es un problema psicológico que tiene solución y que nuestros cargos electos deberían traer resuelto de casa. Como no es el caso, tenemos que bregar con unos representantes anclados en el mayo urbanístico del 68 que, lejos de traer aires de cambio, descargó en Málaga una sucesión de desarrollos chapuceros, provincianos e interesados. Viva la involución.