Una historia para no dormir de calle Salvago

27 Abr

En la esquina donde se encuentra la nueva sede de La Opinión tuvo lugar, siglos ha, un suceso truculento digno de un telediario de Telecinco.

Hace un par de meses que la sede de La Opinión se ha trasladado desde la calle Granada, el antiguo edificio de Holanda Radio, a la calle Salvago, 3 frente al Museo Carmen Thyssen, a un edificio que hace esquina con la calle Especería. El cambio de sede ha hecho que el autor de estas líneas se familiarice con una visita guiada que incluye como parada y fonda este inmueble.

Los visitantes suelen arracimarse alrededor del guía a una hora muy propicia, la caída de la tarde y las primeras tinieblas, con permiso de la luz eléctrica, para escuchar una historia truculenta a más no poder.

La recogió Narciso Díaz de Escovar, el infatigable cronista local, en sus Curiosidades malagueñas– Tuvo lugar en una fecha que no determina, pero como la calle Salvago tuvo una corta vida en el siglo XVI, porque fue tapiada por orden de un cabreado escribano público, vecino de la zona, al ver cómo se llenaba de desperdicios, es probable que el hecho tuviera lugar en el siglo XVII o quizás el XVIII. El caso es que justo donde hoy se levanta el edificio decimonónico de Salvago, 3 tenía su casa la familia Salvago, que dio nombre a la calle.

Este hecho lo conocían muy bien unos amigos de lo ajeno que una noche decidieron entrar a robar. Debieron de ser varios los ladrones porque uno de ellos, el panoli de nuestra historia para no dormir, abrió un agujero en la puerta e introdujo el brazo para tratar de descorrer el cerrojo.

El trasiego de los ladrones lo escuchó un criado, quien, como si de un entremés de Cervantes se tratara, esperó a que el caco metiera una vez más el brazo para trincárselo con fuerza y con una recia cuerda y un nudo marinero lo amarró con fuerza a la puerta. Pese a que el ladrón se debatió como una anguila y trató de zafarse, fue del todo imposible. El criado, que debía de ser una de esas personas con la tensión por el subsuelo, no avisó a los dueños sino que aguardó a que amaneciera.

Y aquí acaba la comedia y comienza la escena propia de Stephen King porque, avisados los dueños al alba, cuando abrieron la puerta un grupo de hombres rodeaba con horror el cuerpo sin vida del ladrón, que además de haber quedado hecho un colgajo, había perdido la cabeza. La conclusión es que, para que no se fuera de la lengua, sus compañeros de fechoría decidieron cortar…por lo sano.

Imaginen ahora a ese grupo de visitantes, absortos ante el número 3 de la calle Salvago, en semioscuridad y en el mes de febrero de este año, mientras escuchan esta noticia propia de un telediario de Telecinco y justo en el instante en que el guía menciona al ladrón degollado, se abre por sorpresa la puerta del inmueble y surge una figura con abrigo oscuro, el compañero periodista de un servidor, que sale a cubrir una noticia. El corazón de algunos de los presentes dio varias vueltas de campana.

Ya están avisados para la próxima visita.

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