San Miguel, la tarjeta de visita y el alcalde exiliado

28 Oct

Hoy contamos una inolvidable anécdota, protagonizada por quien fuera el primer alcalde de la II República, don Emilio Baeza Medina, que vivió para contarlo y regresó a Málaga del exilio al inicio de los años 50.

Una pequeña calle en Ciudad Jardín, apenas un callejón sin salida, recuerda a quien fuera el primer alcalde de la Málaga de la II República, Emilio Baeza Medina.
Alguna vez ha aparecido la calle en esta sección, por la profusión de citas de personajes famosos que contiene una pared blanca, práctica que se aparta de la tradición garrulera de muchas de las pintadas, que se limitan a exhibir la firma del ejecutor, sin despliegue de ingenio alguno.

Hoy, no es la calle sino don Emilio Baeza Medina quien se convierte en protagonista, por una deliciosa anécdota narrada al firmante por una fuente veterana.

A este abogado malagueño, nacido en Torrox en 1892 y fallecido en la capital en 1980, le cabe el triste honor de ser una de las pocas autoridades de la Málaga republicana que vivió para contarlo después de la Guerra Civil y la posguerra, aunque para ello tuvo que pasar sus buenos años en el exilio en Francia. Bajo su mandato se produjeron los terribles actos vandálicos que acabaron con iglesias y conventos. Su paso por la alcaldía, por otro lado, apenas duró unos meses, de abril a julio del 31, porque fue nombrado diputado en las elecciones generales y estuvo al frente de la minoría radical-socialista.

Con el triunfo de los militares rebeldes, quien también fue presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País marchó al exilio en Francia y solo volvió a Málaga calmadas algo las aguas, hacia 1953.

Ya se pueden imaginar el panorama. El regreso de un alcalde republicano y señalado diputado de izquierdas. ¿Cómo rehacer la vida profesional? El abogado, cumplidos ya los 60 años, decidió volver a darse a conocer de una ingeniosa manera: Todos los días se informaba por las esquelas de los fallecidos en la jornada anterior y con ese dato bajo el brazo, conociera o no al finado, se presentaba en el Cementerio de San Miguel y daba el pésame a la familia.

Los asistentes al duelo descubrían con asombro a quien fuera alcalde de Málaga, desaparecido por causa de fuerza mayor de la ciudad durante tantos años. Por su parte, el contactar con las familias que pagaban las esquelas le permitía acceder a unos potenciales clientes, de los que en esa Málaga con tantas diferencias sociales se permitían pagar a un abogado.

Y así, a las pocas semanas, toda la ciudad se había enterado de su regreso. Además, don Emilio se permitió el gustazo de dar una lección de dignidad gracias a la tarjeta de visita que, con su nombre, informaba de que su bufete lo tenía en la Alameda Principal y no en la Avenida del Generalísimo. Este reto a las autoridades fue contestado con dureza en el periódico La Hoja del Lunes por un colérico lector que firmó una carta con las iniciales M.G.O., que se correspondían con las del gobernador civil de la época, Manuel García del Olmo.

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