La increíble mutación de unas camelias

18 Oct

Al final de la calle del Agua se ha hecho fuerte un reducto botellonero que bien puede dar pie a una orgía perpetua de microorganismos ante la falta de limpieza

Una de las principales quejas que se escuchan en Málaga es que la limpieza a fondo de las aceras suele coincidir con los ciclos de paso por la Tierra del cometa Halley.

No es de extrañar que haya generaciones completas de malagueños que no han visto baldear sus aceras, una brumosa leyenda que han escuchado a sus abuelos en las templadas noches de invierno.

La misma presencia de la calle Agua no es un homenaje emocionado a la limpieza municipal, sino la huella en el callejero de un antiguo pozo con aguas abundantes.

Lo curioso es que según informa el callejero municipal, hacia el final de la calle, a la derecha, «existió un jardín famoso por su variedad de flores, especialmente por una seleccionada colección de camelias».

En nuestros días, al final de la calle, a la derecha, la acera concluye de forma abrupta y la cuidada selección de camelias se ha transformado en un terrizo nauseabundo. ¿Salimos ganado?, no lo parece, salvo para los amantes, que los habrá, de los escenarios decrépitos. Porque decrepitud hay tanta o más que en una reunión de los Pujol: cacas de perro del tamaño de un altozano, botellas con toda la gama de alcoholes, plásticos, basuras varias y pintadas que deprimirían a El Greco.

Este rincón de Málaga es el que ningún comisario de entidad alguna debe visitar para el caso de que la ciudad vuelva a optar a alguna capitalidad, competición o tejemaneje de altos vuelos. Quedaríamos descalificados de inmediato.

Y como parece que estamos en una tierra administrativa de nadie, lo más lógico sería cortar el acceso del que fuera un rincón perfumado de camelias y sólo permitir la entrada a quienes bregamos a diario con estos paisajes cargados de desazón (y cacas): los malaguitas.

Reconciliación

El Heraldo de Madrid, en el remoto año de 1890, daba la noticia de una reconciliación amorosa en Málaga digna de una comedia romántica de Lubistch.

Para más inri, se trataba de un matrimonio divorciado. Pero eso no fue obstáculo para que el amor volviera a sus andares.

La escena tuvo lugar en el antiguo muelle del Puerto. Por allí paseaba una joven que a punto estuvo de perder varias piezas dentales al enredarse con los alambres de dos palos del teléfono.

Sin poder evitarlo, cayó en plancha como un delantero y se torció el tobillo. Y casualidades de la vida, quien le prestó los primeros auxilios, le ofreció su brazo y le aupó a un carruaje fue el marido del que la accidentada se había divorciado ocho o nueve meses antes.

El periódico informa del final feliz: hubo «reconciliación segura» y concluye afirmando que pudieron más «los palos del teléfono» que los consejos de amigos y parientes. Lo que ya por entonces hacían las telecomunicaciones…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.