Los Jardines de Picasso y el examen picassiano

31 Oct

Este ha sido el octubre picassiano en el que los Jardines de Picasso han lucido el mejor estado de revista en años, pero hace falta restaurar la obra de Berrocal

La querencia de don Carlos Larios y Martinez por los jardines ha hecho posible que hoy disfrutemos de los fastuosos jardines de Picasso.

El dueño y fundador de la fábrica textil La Aurora era de gustos casi tan exquisitos como los del diputado Durán y Lleida, y además de frecuentar hoteles de lujo, encargaba sus camisas en Londres y había transformado parte de los terrenos de la fábrica en una finca de recreo con invernadero, cuadras y una cochera.

De esos fastos nos ha quedado un jardín ensartado en una red de carreteras, una disposición ideal para frenar algo los actos vandálicos y esa extraña tendencia genética de los malagueños a orinar en los ficus de raíces aéreas.

La buena noticia es que, en comparación con otros meses picassianos, los jardines están en un buen estado de revista, incluidas las esculturas, con la salvedad de la gran obra de Berrocal de homenaje a Picasso, realizada en 1976. Esta obra, aunque de ella hayan desaparecido veteranas pintadas, todavía luce huellas de chorreones, incisiones en el bronce de todo tipo y en la base, una acumulación de polvo que ya ha adquirido la categoría de costra pétrea. No estaría mal plantearse una restauración casi 40 años después de su creación. En todo caso, bueno es que hayan desaparecido las decenas de pintadas de esta criatura picassiana, alguna de ellas datada en 2004.

De una calidad a años luz de la obra de Berrocal es la escultura parapetada de Félix Rodríguez de la Fuente, costeada por los niños malagueños en 1978. La obra sigue oculta entre el follaje, retrepada a una indómita rocalla para impedir nuevos cercenamientos del cuerpo del naturalista –hay gente pa tó–.

En cuanto a los ficus, algunos todavía exhiben pintadas que nos indican, de una forma literalmente gráfica, el grado de incultura de los autores. Los dos grandes ficus de alturas catedralicias son tan maravillosos, con sus ramas rascando el cielo de finales de octubre, que pueden con cualquier homínido armado con spray. Lo que ya resulta inquietante es que, al pie de estos inmensos troncos, auténticas oleadas de madera tierra adentro, se localicen signos evidentes de algún tipo de apretón humano (o de algún gran danés).

La discreta fuente de esta finca fabril y de ocio (complicada mezcla) también está en buen estado y han desaparecido las pintadas de la primera escultura homenaje a Picasso realizada en España (en 1972), donada por su autor, Ramón Calderón.

Los Jardines de Picasso lucen bien en este mes que se nos marcha con algo de frío otoñal, viento y desplumar de las chorisias de flores de ensueño.

Mañana el escenario cambiará. Harán su entrada por la calle Larios los muertos vivientes, las brujas de picos pardos y las enfermeras sanguinolentas. Ya echa uno de menos el octubre picassiano. Da menos canguelo.

Descubrimiento

La pasada exposición El legado de nuestra fe, en el Museo de la Semana Santa, ha servido para descubrir una cuerda oculta que al tirar de ella funcionaba: tocaba una campana de San Julián.

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