Vivimos en una época en la que está de moda abreviar. Esa barra virtual de bar que muchas veces es Twitter, en la que los políticos nos confiesan, sin rubor, sus acciones más nimias, desde levantarse y tomar el desayuno hasta acudir a un foro de nombre y contenido ininteligibles, está promoviendo la expresión de ideas constreñidas a 140 caracteres, lo que agudiza el lenguaje robótico de nuestros representantes públicos y quienes los imitan, que ya son legión.
Si dejamos el chismorreo acotado de Twitter y observamos la trama urbana de Málaga, vemos que, durante décadas, ha sido tratada igual que una alfombra vieja a la que había que quitar el polvo que ahora nos traen estos lodos de crisis económica, obsequio del ladrillo.
Con la excusa de la renovación, aquí se han hecho florecientes tropelías que han dejado como huella, además de boyantes cuentas corrientes, un perfil urbano que confirma que, si es verdad que Dios juega a los dados con el Universo, en Málaga se ha dedicado a lanzar, al buen tuntún, promociones de viviendas.
Compitiendo en horrores con los rincones más decadentes de la Costa del Sol, Málaga lleva años tratando de sortear, muchas veces sin resultado, operaciones urbanísticas que ponen los pelos de punta por su cariz hortera, alejadas del bien común, meramente especulativas o como en el caso del hotel de Moneo, que aglutina a unos políticos, eruditos a la violeta de partidos rivales, que unen sus fuerzas para promover la fechoría.
Y hablando de abreviar, en Málaga existe un callejón de apenas 30 metros que es un compendio de nuestra lamentable historia urbanística. Se trata del Callejón de la Ollería, que desemboca en la Cruz del Molinillo, a dos pasos del Mercado de Salamanca y que bien puede resumir este último medio siglo de tantas acciones imprudentes en las que la planificación racional ha estado en la luna de Valencia.
Este callejón, que en el callejero municipal aparece en plural (de Ollerías), pero que en el letrero de la calle luce en singular (de la Ollería), comienza con el lateral de la antigua casa de socorro del Molinillo, acompañada de una especie de casa mata del vigilante, integrada en el conjunto.
Le sigue un edificio que parece reciente y de cuatro plantas, para pasar a continuación a una casa de dos plantas, destartalada y encalada, en la que no se adivinan puertas por ningún lado salvo ventanucos en la planta baja. La puerta, con toda seguridad, debe asomar al solar contiguo, que se tuesta al sol no sabemos desde cuándo.
Enfrente de este desigual conjunto de 1, 4 y 2 plantas, en la misma calle, se encuentra un bloque de 8 plantas, conectado con los vecinos del otro lado por un conjunto de lianas que hacen de cables.
El bloque de 8 plantas, por cierto, luce tras la maraña de cables una farola de aires artísticos, casi barrocos, que no pega ni con cola con el edificio, pero que aporta el caos necesario a este rincón sin orden ni concierto.
Si hubiera que resumir, no en 140 caracteres sino en 30 metros la historia reciente de Málaga, aquí tienen el sitio.