Picasso dejó para siempre su ciudad natal con 19 años, en enero de 1901, después de un par de semanas de visita en las que trató, sin éxito, de subirle el ánimo a un amigo deprimido que se suicidaría poco después; también recibió la bronca familiar por su aspecto bohemio y pudo contemplar los restos de la fragata Gneisenau junto al puerto, símbolo de unos tiempos que naufragaban.
Poco después de su marcha, a finales de enero, tuvo lugar en Málaga una estampa que sin lugar a dudas habría disparado sus ansias artísticas: de los terrenos próximos a la estación de tren se escapó un novillo, que correteó por esos descampados hasta llegar al cauce del Guadalmedina, donde decenas de chaveas improvisaron una capea, utilizando sus chaquetas como capotes, formándose un gran jolgorio.
Abandonó esa Málaga invernal para siempre pero el tiempo, que todo lo cura, fue despejando los recuerdos con nubarrones y durante toda su vida le quedó su patria, que fue su infancia.
Ayer concluyó el ciclo de conferencias titulado Surviving Picasso, organizado por la revista El Observador y comandado por el artista Rogelio López Cuenca, que ha querido reflexionar sobre la influencia del artista y si es posible la vida cultural en Málaga más allá de don Pablo.
La profesora y académica de San Telmo Marion Reder, el poeta, editor y experto picassiano Rafael Inglada y el autor de estas líneas hablaron de la influencia de un artista convertido además en icono y en marca comercial.
Uno de los asuntos, planteado por Marion Reder, fue el antiguo símbolo de la UMA. Lástima que, a los nueve años de la inauguración del Museo Picasso, no haya habido un arreglo con la familia del artista o bien la multinacional picassiana que controla la comercialización de su obra, para que la paloma de Picasso vuelva a ser el logotipo de la Universidad de Málaga.
También se habló del peso que en el presupuesto de Cultura de la Junta tiene el Museo Picasso, un dinero que deja un estrecho margen para otras iniciativas culturales. Y es que, como planteó un asistente, quizás tendría más lógica que ese presupuesto –o al menos parte de él, añade este servidor– no saliera de Cultura sino de Turismo. Porque sin duda, los dos grandes cambios que ha tenido Málaga en esta última década se deben al Museo Picasso y a la llegada masiva de cruceros al puerto, dos felices noticias que se alimentan mutuamente, de ahí que Picasso, aparte de paisano, hito, genio y marca comercial sea también un motor turístico importantísimo.
Además, entre otras cuestiones se habló de esa relación tensa entre Málaga y Picasso que todavía existe, una relación bastante contradictoria, como puso de relieve Rafael Inglada, que recordó muchas ocasiones en las que, malagueños que aquí reniegan de Picasso por no entender o despreciar su arte, fuera de Málaga lo reivindiquen con orgullo por ser paisano. Quedan muchos malagueños que no se fían de Picasso, que no creen que sea un genio, pero su sombra inunda la ciudad más de lo que creemos. El libro-proyecto artístico Ciudad Picasso, de Rogelio López Cuenca – en la parte fotográfica un Celtiberia Show de la Málaga picasizada– así lo constata.