La Málaga futurista de Ray Bradbury

8 Jun

Ustedes permitirán hoy una incursión por esos cerros que, al menos en Úbeda, nadie ha localizado todavía, pero esta semana falleció un visionario que, tras leer a Julio Verne y a H.G. Wells en su infancia, consiguió él también indagar con acierto en el futuro.

La España de la caspa catódica le hizo un flaco favor al desaparecido Ray Bradbury al tomar prestado el título de la más famosa de sus novelas, Crónicas marcianas, para uno de los programas que mejor han marcado el desnortamiento y posterior declive de este país. Las auténticas Crónicas Marcianas, no el bochorno de la tele, arrancaron elogios de Borges y su primer capítulo, El verano del cohete, es uno de los más bellos cuentos jamás escritos.

Habría que hacer volar la imaginación para pensar en cómo habría escrito un Ray Bradbury malagueño, qué portentos habría vislumbrado hace 60 años para Málaga y la Costa del Sol.

Quizás, habría imaginado unas playas vírgenes con pueblos blancos invadidos por una raza de alienígenas constructores, empeñados en dominar este rincón del mundo con un ejército de adosados y bloques de apartamentos.

A lo mejor habría retratado, con grandes dosis de angustia vital, el paulatino proceso de robotización de nuestros políticos locales, cada día con un lenguaje más marciano y encorsetado, incapaces de hablar de forma natural y clara como los humanos y en su lugar, soltando expresiones de clara influencia robótica como «residenciar», «líneas rojas», «ciudadanía», «poner en valor», «posicionar» o «potenciar las sinergias» (la sombra de Hal 9000 es alargada).

Aunque, quién sabe, en esa Málaga pobre, zarrapastrosa y envuelta en derribos de los años 50, bien podría haber presentido un puerto futurista presidido por un enorme cubo de cristal, con barcos de recreo y un tráfico incesante de cruceros repletos de turistas con verdadero interés por conocer nuestra ciudad que, en ese futuro, tendría muchas cosas interesantes que mostrar.

Pero la prueba de fuego sería un cuento sobre ese artista local, un genio de la pintura, desconocido por la mayoría de sus paisanos y vilipendiado por quienes lo conocen, convirtiéndose en el mayor reclamo turístico de ese futuro próximo, con un museo dedicado a su obra en el centro de su ciudad natal.

Sueños y pesadillas futuristas pueblan los libros del escritor de Illinois, que de haber nacido en estas tierras, a lo mejor habría dedicado un relato a la construcción fatídica del hotel Málaga Palacio y a las obras, medio siglo después, de un hotel igual de absurdo y prescindible en Hoyo de Esparteros.

La elucubración formó parte de la columna vertebral de sus cuentos y novelas, así que, sirvan estas toscas elucubraciones de modesto homenaje a este joven de 91 años.

Eso sí, lástima que no se inspirara en estos andurriales. Con toda seguridad habría escrito un precioso cuento sobre la conclusión de la Catedral parada en el tiempo, gracias a una conjunción de políticos con los pies en el suelo… aunque fuera el de Marte. Descanse en paz.

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