La escena es muy parecida a la de la ladera noble del monte Gibralfaro sólo que inmersa en la cutrez. Si los arqueólogos del futuro desentrañaran su contenido, más que un grito de júbilo lo pegarían de pánico o de horror vacui, porque pocas evidencias podrían sacar de la escena, salvo la de la desesperación y la pasividad administrativa.
Se encuentra al fondo de la calle Picacho, que desemboca en la calle Victoria. Se trata de una vía que aunque nos lo recuerde fonéticamente nada tiene que ver con el bicho de los dibujos japoneses. En realidad evoca un trozo de monte Gibralfaro que como una península se adentraba en la calle, un enorme pico del que ya sólo queda el nombre.
Estamos, eso sí, en la ladera olvidada, la que no se exhibe a los turistas, de ahí que aquí sea posible encontrar de todo. Enormes rocas refuerzan el talud de este monte, un sistema que culmina en unos adoquines tan grandes como el ego de Cristiano Ronaldo. A la derecha, escalones que serpentean por las estribaciones de la ladera. Pero que nadie espere encontrar un teatro romano sino una colección portentosa de colchones despanzurrados.
Eso es lo primero con lo que se encuentra el iluso que visita la calle Picacho. Un examen más detallado de las rocas le descubrirá botellas de cerveza de tamaño king size, ropa y cartones. Estamos en los dominios de un indigente que malvive en este escenario. Y sobre las rocas, la pared de una construcción desaparecida, con enormes pintadas.
A la derecha, salvando un pequeño muro con apenas un paso, el visitante se encontrará con cinco o seis colchones más, un solar muy curioso que esconde en su interior la mencionada escalera, que antes fue un trozo de vía pública, con el tipo de baldosa tan frecuente en los años 60 y 70.
Troncos podridos, cadáveres de sofás mostrando sus costurones y ropa amontonada ascienden por la escalera hasta llegar al final del solar, donde espera un saloncito comedor en una esquina, quizás preparado por el mismo mendigo.
No faltan varias sillas, la mesa y una especie de despensa y en la esquina, colocados en perfecto orden, decenas de botellas, listas para consumir o ya consumidas. Un servidor tiene la impresión, entonces, de haber roto la privacidad de esta casa al aire libre, por eso se da la vuelta algo apurado.
Otra cuestión es cómo puede existir, en la ladera del monte principal de la ciudad, un espectáculo como este que en nada beneficia a sus usuarios, tiene algo cansados a los vecinos y tampoco aporta mucho a los arqueólogos del futuro. No es la primera vez que esta calle sale en los periódicos por el mismo motivo. Hace un par de años, un concejal de la oposición ya denunció la situación de este rincón de la Victoria, sin haber logrado conmover a sus compañeros concejales, como se puede comprobar.
La espera
Largas horas de espera ante el Museo Picasso para conseguir entradas para Los Puretas del Caribe. Ni la aparición ectoplásmica de Pablo Picasso habría levantado en Málaga tanta expectación a las puertas de un museo.