En estos días que celebramos los 200 años del nacimiento del gran Dickens, el más cervantino de los escritores ingleses, es de recibo recordar los caudales de ingenio que derrochó para criticar los oxidados engranajes de la burocracia británica (si buscáramos una correspondencia en la España de entonces, la fuerza motriz de la maquinaria administrativa sería un tiro de mulas).
Una de sus críticas más feroces la despliega Charles Dickens en su novela La pequeña Dorrit, cuando presenta a los lectores el Negociado del Circulonquios, un monstruo burocrático empecinado en que no se hagan las cosas, y en que toda instancia, demanda o memorándum presentado sea frenado en seco gracias al tesón de un grupo de preparados y empecinados funcionarios.
En la vida administrativa malagueña uno de los ejemplos más pertinaces y veteranos de la existencia (nunca reconocida) de este oscuro negociado siempre ha tenido al río Guadalmedina como objeto de estudio. De hecho, si se pusieran en fila todos los proyectos y declaraciones sobre el futuro del río desde el siglo XVI a nuestros días, los papeles cruzarían, como Aníbal, los Pirineos.
Por eso, resulta casi enternecedor, además de emocionante, el noble empeño de la Fundación Ciedes por elegir un proyecto que dé una solución definitiva a nuestro río cicatriz, para que cicatrice de una vez y deje de marcanos la vida.
En estos días hemos sabido que la Fundación sigue adelante y hasta cuenta con un jurado para seleccionar las propuestas más interesantes de estudios de arquitectura de toda España.
Resulta enternecedor este empeño porque todas las energías se vuelcan ahora que no hay un duro para hacer realidad lo que plantee el proyecto ganador. ¿Será por eso que hay tan pocas trabas a una idea acariciada desde el Siglo de Oro?
Como recuerda el académico Manuel Olmedo, en una fecha tan temprana como 1559, las avenidas torrenciales del río dieron al traste con la dársena del puerto, anegada de arena, de ahí que el Ayuntamiento de entonces ya propusiera mandar el río bien lejos, en este caso desviarlo por detrás de los conventos de La Trinidad y El Perchel.
Una década antes del nacimiento de Dickens, en 1802, el iluso pero honrado brigadier Pedro Trujillo y Tacón hacía un repaso a las jugarretas seculares del Guadalmedina y concluía que la mejor solución era arrancar las cepas de su cauce y repoblarlo con árboles como en el pasado.
210 años después del certero estudio del brigadier, ni siquiera su propuesta se ha llevado a cabo por entero, y eso que los viñedos son hoy pura anécdota. ¿Llegará a buen puerto la Fundación Ciedes y concluirá que el proyecto ganador necesita el dinero del que carecemos?
Ya sólo por plantar cara al Negociado de Circunloquios malagueño –del que nadie admite su existencia, a pesar de que padezcamos sus consecuencias– merece nuestro aplauso. Al fin y al cabo, ya casi son cinco siglos esperando, luego habrá que concluir que la solución tiene que estar a punto de llegar… en las próximas generaciones.