La plaza oculta y por fin reverdecida

15 Feb

El caprichoso callejero de Málaga ha querido que el señor José Gordón Salamanca, un dramaturgo que tuvo un discreto éxito a finales del XIX, cuente con la calle Gordón, entre El Ejido y Cristo de la Epidemia, y como informa el callejero municipal, también a este personaje se le haya dedicado el pasaje Gordón, junto al Arco de la Cabeza.

En todo caso, en este tramo cercano a Carretería y que comunica con la plaza de los Mártires, el urbanismo malagueño ha conseguido que el pasaje, un antiguo callejón sin salida, comunique de forma holgada con el vecino Callejón del Pericón, que debe su nombre al caballo o la mula de grandes dimensiones, aunque también se llamaba así el abanico de dimensiones paragüísticas.

Estos dos recodos ignotos del Centro con rima y premio, confluyen en una bonita plaza que por su aislado emplazamiento no ha recibido todavía los mimos de esa minoría de malagueños ungulados que tanto disfruta pulverizando nuestro patrimonio.

Y merece la pena adentrarse estos días por el pasaje Gordón y desembocar en esta plaza coqueta y a la vez moderna. Como muchos sabrán, en octubre de 2010 se inauguró este entorno, bautizado ya como la plaza del Pericón, que luce una pared medianera inmensa de 600 metros cuadrados convertida en un jardín vertical, del tipo del que los paseantes pueden admirar junto a la capilla del puerto, en el Muelle Uno.

Hace unos días, el jardín vertical, que se había secado, ha sido renovado y exhibe unas preciosas olas florales que elevan la gélida temperatura de febrero. La base, ya sabrán, es una pared metálica con palabras poéticas y positivas, como las que adornaron unas incomprensibles navidades laicas en Madrid hace unos años.

Un solo ciprés adorna la plaza, sobre la que pasan las gaviotas y a su lado, en la pared, estos versos de Fernando Pessoa: «Pido a los dioses que me concedan no pedirles nada».

Con todos los respetos para Pessoa, esta sección sí les pide que la plaza mejore aún más su aspecto con la rehabilitación o si no hay más remedio, el reemplazo, de un edificio de aires decimonónicos de tres plantas con todas sus ventanas tapiadas. Un gran contraste con el edificio formado por dos grandes cubos blancos que tanto aire y belleza dan a este nuevo espacio.

La comunicación con el Callejón del Pericón llega por un estrecho pasillo. Antes de cruzarlo escuchamos el goteo interior que alimenta ese jardín vertical que haría las delicias de El hombre mosca, el trepador humorista Harold Lloyd. Por cierto que en el callejón aparece una cita de Petrarca muy al pelo de las estrecheces de esta vía: «Entré en el laberinto y no he salido».

Nosotros sí salimos, en concreto a la calle Pozos Dulces para torcer por la calle Andrés Pérez envueltos en un silencio absoluto sólo roto por las gaviotas. De las alturas cuelgan ventanas y un cielo azul intenso mientras se va escuchando un fragor casi marinero pero no es tal: como conocen, la calle Andrés Pérez desemboca en la plaza de los Mártires, cruzada por un par de zanjas zarandeadas por taladradoras y otras hierbas. Se acabó la tranquilidad.

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