La frase inoportuna y el cuarto misterioso

26 Ene

Los amantes de las citas célebres saben que toda frase irónica u optimista suele atribuirse a George Bernard Shaw, mientras que las citas pesimistas y cenizas salen presuntamente de las mentes pensantes de Nietzsche y Schopenhauer, las hayan pronunciado o no.

Sin embargo, la frase «el tiempo pone a cada uno en su sitio» un servidor se la ha escuchado a José María García en sus años de locutor y no a ningún prohombre.

No obstante, este dicho no siempre se cumple pues de Mariano Rajoy es esta frase pronunciada en 1999, cuando ya era ministro de Cultura, después de pasar por el Ministerio de Administraciones Públicas: «La Aduana nunca será la sede del Museo de Bellas Artes y seguirá acogiendo a la Subdelegación del Gobierno».

Si el tiempo pone a cada uno en su sitio, la persona que pronunció esta frase está en el palacio de la Moncloa, así que aquí hay algo que no cuadra.

Por suerte, el tiempo sí ha puesto en la Aduana, es decir, en el sitio que querían malagueños de todas las ideologías, el Museo de Bellas Artes (y de momento el Arqueológico) y de paso, ha puesto en su justo sitio –en el antiguo hotel Caleta Palace– a la Subdelegación del Gobierno, un organismo cada vez más reducido que nada tiene que ver con las competencias que tenían los gobernadores civiles del pasado. En el entramado administrativo, la administración autonómica tiene hoy por hoy bastante más peso que la central.

De la difícil decisión de un gobernador de la Transición hablaremos en esta sección y de paso, nos dará una divertida idea de los pasadizos burocráticos del palacio de la Aduana, y no es ninguna metáfora. La anécdota, que es cierta, habría encantado a Kafka: resulta que en la Aduana había un despacho que los funcionarios del Gobierno Civil pensaban que pertenecía a Hacienda (que también compartía espacio en el edificio), mientras que los funcionarios de Hacienda creían que el despacho era del Gobierno Civil.

Como resultado, la misteriosa habitación permaneció en el limbo, sin que nadie la hollara, durante 40 años. Sólo se abrió durante unas obras de reforma del edificio. La sorpresa fue mayúscula: en su interior había maletas, objetos decorativos, álbumes de fotos y numerosos catalejos, objetos decomisados durante la Guerra Civil y que nadie había reclamado.

¿Qué hacer con esta habitación detenida en el tiempo, como ese almuerzo nupcial de la novela Grandes Esperanzas? El gobernador civil de entonces decidió enviarlo a Patrimonio del Estado y los más avezados suponen que este valiosísimo lote, que hoy habría sido causa de admiración, terminó siendo repartido en alguna subasta.

Quién sabe si los objetos de ese cuarto misterioso no siguen hoy pululando por páginas de coleccionismo en internet o en algún anticuario de España.

El tiempo no siempre pone las cosas en su sitio, a veces las dispersa y la memoria termina olvidando las meteduras de pata de los futuros líderes. Olvidemos las frases desafortunadas y pelillos (de barba) a la mar.

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