Churriana, Olías y El Palo, los otros cementerios

2 Nov

Los versos atribuidos al periodista Mariano Povedano glosan lo bonito que es un entierro «con sus caballitos blancos/y sus caballitos negros/con su cajita de pino, y su muertecito dentro». Quizás no todos sepamos apreciar «se diga lo que se diga», lo atractivo de un entierro, pero el paso del tiempo ha convertido los cementerios en rincones de nuestro patrimonio, en lugares que cada día reciben más visitas de personas que los ven como monumentos.

Sin ir más lejos, la provincia de Málaga tiene un camposanto declarado Bien de Interés Cultural y otro camino de serlo, el Cementerio Inglés. Y en nuestra misma capital hay tres que cualquier interesado por el patrimonio y las tradiciones debería visitar alguna vez.

Todavía en pleno campo, acompañado por cipreses y por el vecino rugir de los aviones, se encuentra el cementerio de Churriana, dedicado a San Antonio Abad (en la foto). Desde 1813 planta sus raíces en este rincón del antiguo pueblo, unido a Málaga en 1905, aunque antes estuvo, como era tradicional, pegado a la iglesia. Por cierto que para constatar la el trasiego de extranjeros que este antiguo pueblo siempre ha tenido, aquí va un dato: la primera persona enterrada fue doña Juana Klemenchig de Bernardis, nacida en Trieste. Una bonita cruz a la entrada recuerda a esta primera inquilina, fallecida a los 33 años.

En el de Olías, también a las afueras, no se escuchan los aviones sino el más relajado de las gallinas. Muros blancos para un centenar de nichos, los más antiguos de 1900, aunque con gran presencia de los años 20. Pequeño, bonito y en un emplazamiento con unas vistas envidiables.

Por último el de San Juan, en El Palo, conserva el encanto de un cementerio de barrio, con cipreses, paredes blancas y una explosión de flores por todos lados en esta primavera de los difuntos.

Espabilados

En la época de la boyante engañifa inmobiliaria, cuando los pisos valían el cuádruple de su valor real (a pesar de lo cual contaban con modernos tabiques del grosor del papel de fumar) podrían colar los burdos tejemanejes de un grupo de espabilados. Ahora es otro cantar.

Ya saben, en Málaga hay tíos sin miramientos que compraban un jardincito y a los pocos años pretendían que el Ayuntamiento –es decir, nosotros con nuestro dinero– les expropiásemos el invento por unas cifras multimillonarias.

Pero, inmersos en esta crisis económica mundial que el libertinaje del ladrillo no ha hecho más que agravar en España, colarnos semejante engendro clamaba al cielo. Hay que felicitar al Ayuntamiento de Málaga por frenar en varios puntos de la ciudad estos vergonzosos manejos que, de ser España un país más avanzado, estarían ya tipificados en el Código Penal.

Málaga no se puede permitir el lujo de dar cauce, otra vez, a las prácticas subterráneas que nos han convertido en campeones europeos del paro. Felicidades al Ayuntamiento. Por ahí no podemos pasar.

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