Siempre que algo no cuadra o nos parece que falta algún escalón, rápidamente nos explican que todo va demasiado rápido para nuestras mentes tipo ‘siglo XIX’ o que nuestras inteligencias ya se han quedado obsoletas viendo llegar a redoble de tambor la inteligencia artificial
No sé si a algunos de vosotros os pasará lo mismo: yo me siento por momentos como si la ‘historia’, lo que estamos viviendo, pasara demasiado rápido. Sé que los tecnócratas sonreirán y se pondrán a la sombra de uno de sus tópicos favoritos: es que la gente no se acostumbra a la velocidad que va la ‘realidad’ y se va quedando en el arcén.
Entonces me pongo a repasar los maravillosos inventos que nos fascinan y las páginas de historia que, a mi modo de ver, no es que vayan demasiado rápido sino que nosotros ojeamos a ritmo vertiginoso. ¿Será que no las miramos ‘despacito’ porque a veces no queremos ver y analizar esas realidades y preferimos archivarlas con la manoseada etiqueta de ‘nuevas tecnologías’?
Hay unas cuantas historias que giran sin cabeza y nos confirman la sensación de pasar página a demasiada velocidad. Por ejemplo: recuerdo haber asistido hace más de 50 años a una impresionante proyección en tres dimensiones, sobre tres pantallas enormes, escalonadas: una central, otra a la derecha y otra a la izquierda. Recuerdo como se veía en la de la derecha avanzar a la caballería, con sus ruidos de cascos y metales; se la veía luego ocupar el centro del enorme espacio de la proyección y finalmente retirarse en la pantalla de la izquierda, alejándose así sus ruidos. Recuerdo también lo cerca que nos sentimos de un cine con olores que nos permitieran reconocer si estábamos en un lecho de rosas o en medio del estiércol de aquellas caballerías que se retiraban. No sé si vale la pena insistir en el tema de la cantidad de inventos de escasa duración, que labraron éxitos económicos y también provocaron dolorosos fracasos. Tal el caso, por ejemplo, del desaparecido hule, del impulso al éxito de los maravillosos fax (con su secuela de variados repuestos), de la caída en desgracia –y resurrección– de los vinilos, del entusiasmo pasajero por los cómodos casetes…
Tampoco sé si vale la pena mencionar las largas décadas de ilusión por los neumáticos sin cámara y lo rápido que se difundieron, sin que se explicara nunca por que habían tardado tanto. Creo que hemos hablado en varias oportunidades de los grandes inventores malagueños (Peláez Arrabal y García Calvo), que proyectaron un turbo que permitía motores alimentados con aire y coches que solo requerían agua, tras un proceso de electrolisis. En este tema sé que me dirán que no hubo investigaciones ‘serias’. Pero es que solo podían nacer de la voluntad de las grandes fábricas que eran, justamente, las que no querían ningún sistema de propulsión alternativo Pero no cabe duda de que lo ‘serio’ hubiera sido investigar y publicar trabajos sobre tales propuestas, que tal vez pudieran desbaratarse en tres párrafos o tal vez hubieran exigido que los técnicos empinaran los codos en el mejor sentido de la expresión.
Todos estos casos, y unos cuantos más, desfilaron sin que se les prestara atención. Esto introduce al menos una chispa de duda sobre los estupendos descubrimientos y sus misterios.
Pero está también el vertiginoso volar de las páginas de la historia sin detenernos a hurgar mucho en ellas. ¿Qué pasaba antes de estos ciclones y de estos Trump? El mundo se había repartido entre los poderosos, como siempre, y Estados Unidos se apuntaba a la búsqueda de un poco más de bienestar para su gente en tanto se proponía echar una mano para pactar el fin de algunas de las desoladoras guerras que tienen su epicentro en Siria. Sí, sabemos que Trump metió el freno de mano en medio de una marcha veloz… Todo el mundo sabe que eso, así, en plan salvaje, no se puede hacer. Trump no. Ya ha pasado varias veces que el presidente de Estados Unidos ignora algunos principios elementales y desconoce la mecánica de los pactos –o aparenta desconocerla– y se da de bruces con situaciones que con sus buenos reflejos ha sabido aprovechar bien Putin.
¿Puede verse más claro, ahora, hacia dónde vamos? Es posible que sí y lo comprobaremos dando carrete al ovillo que liamos hace unos 20 años, ya distanciados de las anteojeras ideológicas. Por entonces denunciábamos a ‘los asesinos del XX’, nazismo y comunismo, y les añadíamos a quienes ya eran los dueños del mundo, unos caballeros sin ideología que han venido a desembocar en esta trama hoy tan bien atada, que supone, como ya veíamos venir, la aniquilación de la periferia (África, gran parte de Asia y una buena porción de América Latina).
En manos de estos señores no queda mucho por especular.