Todos los que poblamos el planeta Tierra seguimos mirando hacia otro lado mientras nos acercamos a la catástrofe. Los más distraídos son los votantes catalanes
Si hay algún sitio donde se nota claramente que todos los partidos y todos los políticos son iguales entre sí, ese es Cataluña. Por eso es que pido disculpas si alguien esperaba un artículo sobre el proceso electoral catalán. Me resulta injustificable que los medios de comunicación nacionales le dediquen a esta cuestión una enorme cantidad de páginas y montones de sesudos análisis que se pueden dividir en tres grupos: los que quieren presentar el soberanismo como el único camino; los que niegan toda posibilidad de que Cataluña se separe de España: y un tercero, muy reducido, que marca los aspectos absurdos de todo este proceso. Entre estos últimos, los únicos que veo sensatos, algunos subrayan cómo lo fundamental ha quedado fuera de la campaña: por ejemplo, se han ido eliminando o recortando las propuestas para detener, investigar y castigar la corrupción. Y es que la corrupción ‘iguala’ a Rajoy con Mas. La corrupción invita a defender las teorías que parecen más increíbles, como la que ve un gran montaje, que también iguala –o asocia– a Rajoy con Más: el soberanismo, en realidad, esconde la corrupción. Ya sé que hay una larga historia de confrontación y desencuentros entre los catalanistas y los ‘españolistas’, que ha desembocado en el ‘choque frontal de trenes’ que parece ya inevitable y que tendrá derivas imprevisibles y seguramente muy dañinas. Esta disputa está muy lejos de ser algo inventado. A lo que me refiero es a que se la haya convertido en tema único de debate: ni se polemiza sobre el futuro de España ni se discute el futuro de Cataluña… solo se ‘pelea’ sobre los legalidades e ilegalidades de un posible proceso separatista. Poco importa –¡poco importa!– cómo se gobernarán Cataluña y España, unidas o separadas.
Por eso aprovecho la ocasión para no sumarme a esa ‘realidad’ –esa sí, inventada– que ha hecho unos pases mágicos que levantaron todas las alfombras, esperaron a que se barriera la podredumbre, y volvieron a bajarlas. El hecho de que haya dos pandillas de chorizos, dos mafias, disputando entre sí, ha quedado reducido al papel de anécdota.
Frente a eso, hay un tema del que se sigue hablando muy poco, aunque está, con su peso de lápida, por encima de la realidad cotidiana: lo que se hace y sobre todo lo que se deja de hacer para salvar al planeta de la imparable corrupción del medio ambiente. Los países europeos han decidido, esta vez por unanimidad, reducir sus emisiones un 50%… para el 2050. Es admirable cómo son capaces de ponerse de acuerdo cuando se trata, por decirlo así, de algo ‘para el siglo que viene’. Nada es ‘obligatorio’: cada país decide voluntariamente su nivel de reducción de las emisiones. Es obvio que no hay (ni existe un ‘mecanismo institucional’ que lo permita) un modo de imponer las reducciones.
Partamos de la base de que la catástrofe se avecina y se la ve venir tal como si los astrónomos nos dijeran que un gigantesco meteorito se estrellará contra la Tierra. De modo que los planes, de momento, se limitan, teóricamente, a reducir las consecuencias de la catástrofe: impedir que la temperatura suba más de dos grados durante este siglo. Baste señalar que los países responsables de un 70% de la contaminación han presentado ya sus propuestas, y con ellas… ¡el aumento de temperatura hacia final de siglo se aproximará más a los 3 que a los 2 grados! Todos hemos visto, en este verano, lo que puede ser un ‘detalle’ del peligroso escenario que se avecina, con el crecimiento de oleadas de calor agobiante (el peor agosto, en temperaturas, desde que hay estadísticas, a partir de 1880). Todavía no se ha articulado cómo llegará a las naciones empobrecidas por el actual Sistema de dominio mundial el fondo de 100.000 millones de dólares que deben aportar, cada año, las naciones llamadas ‘desarrolladas’. Y se está presionando para que los países ‘emergentes’ (incluyendo algunos tan poderosos como China) también aporten a este fondo. Solo faltan 5 años (el 2020) para que ese dinero comience a fluir al fondo de ayuda para compensar a los que se supone que están ‘en crecimiento’ y por ello consumen más energía y contaminan cada vez más. Sería bueno que, al llegar a este punto, a cada uno de nosotros se nos encendiera una lucecita roja que dijera: ‘decrecimiento’. Nosotros somos los pudientes que están bailando en el gran salón del ‘Titanic’ y tratamos de mantenernos ajenos a todo… ¡Pero el iceberg está a la vista y también estamos viendo que nadie da un golpe de timón para esquivarlo!
«Si un barco se hunde es imposible seguir navegando…»