Aunque nunca sea ‘absoluta’ la verdad acepta todos los desafíos y nos permite navegar por el espacio y por el ciberespacio, espiar la cuarta dimensión y denunciar a los vendedores de crecepelo… La ‘posverdad’ es solo un ‘corta y pega’, un híbrido sin futuro.
Parece que filósofos, políticos, economistas, sociólogos y otros han decidido concentrarse en los enfoques teóricos, dejando descansar un rato los debates sobre la realidad concreta. ¿Esto los sustrae de la moda? No. Todo lo contrario. Lo que está de moda es, justamente, hablar de lo efímero que es todo y de la aparente imposibilidad de ‘fijar’ ideas, propuestas, análisis, explicaciones globales para el mundo globalizado.
Algunas de las cuestiones que están en el centro de las polémicas las hemos comentado hace ya tiempo. Otras, en cambio, las hemos eludido, justamente por el prejuicio de no seguir las modas. Ahora vemos el resultado: solo hemos conseguido seguir la moda con atraso. Hay dos casos paradigmáticos: el de la sociedad ‘líquida’ de Baumann, y el reguero de opiniones (y hasta definiciones) de la ‘posverdad’.
Lo de la sociedad líquida es una definición muy acertada, aunque quizás no haya mucho más que esa misma imagen. Es difícil discutirla cuando la realidad se nos escapa de las manos y nos chorrea cada vez que queremos asirla. Nos recuerda aquella frase sobre el ‘pensamiento único’ que tan acertadamente precisó lo que estamos viviendo: la unificación –la homogeneización– forzada de sentimientos, emociones, formas de pensar y de etiquetar la realidad. El ‘pensamiento único’ se va consolidando y no se ven alternativas frente al estereotipo del mundo, con el que nos reemplazan, ante nuestra vista (como los buenos trucos de magia) la antes multifacética realidad.
Desde los deportes hasta la gastronomía, desde la literatura hasta el cine, desde la democracia ‘de baja intensidad’ (o seudodemocracia) hasta los asaltos a los cielos con efectos especiales; todo, absolutamente todo, está programado, clasificado y ‘archivado’ en este inestable presente. No puedo evitar el recuerdo de El sentido de la vida, película de Monthy Piton en una de cuyas escenas un matrimonio se sienta a la mesa de un restaurante y el camarero les trae la lista: ellos eligen una letra, creo que es la ‘s’ y el que los atiende les comenta las distintas posibilidades: Schiller, Schopenhauer, etc; cito de memoria pero el caso es que el matrimonio está eligiendo un filósofo para conversar sobre él… Da la sensación de que nos falta muy poco para llegar a eso: la banalización absoluta de todo lo que tenga que ver con el pensamiento.
En ese hábitat supongo que podrá seguir creciendo una robusta rama de imposturas que se presentan no solo como verdades sino como un avance histórico que ‘supera’ a la verdad con un corte limpio y mortal: la verdad ha dejado de existir.
Lo cierto es que le abrimos la fosa a la verdad, exponiéndola a que esté permanentemente arriesgando, a que tenga que defenderse y explicarse, contestando a todas las preguntas que pueda responder… La hemos querido someter al relativismo, sin darle escapatoria. Como el que realiza un experimento físico en el polo y le exijen que lo repita en el desierto, en la atmósfera, en la superficie lunar… los que defendíamos y seguimos defendiendo el relativismo empujamos a la verdad al centro del ruedo y le reclamamos sin piedad que se justifique ante cada nuevo escenario.
Esta constante puesta a prueba era todo lo opuesto a un suicidio. Era la prueba de su vitalidad y su entereza.
«Si no existe una única verdad, no dejaremos en pie ninguna» sería la síntesis de la nueva propuesta: una especie de tópico híbrido, de lugar común maleable y prácticamente inútil como herramienta de pensamiento.
En vez de dejarla que se defienda lealmente, que recite sus dudas, que admita sus vacilaciones y sus contradicciones, se la empuja al abismo de la ‘posverdad’. La posverdad es, ni más ni menos, el resto de cuantos ‘corta y pega’ se le hayan hecho a la verdad en nombre de cualquier formulario traído en las hojas de quejas y reclamaciones. Pero la posverdad trae una debilidad congénita.
lega al final, en busca de los retales y desechos de la verdad. Pero si la verdad ya está muerta… ¿qué corta y pega se podrá hacer con ella? El trono que aspira a ocupar la posverdad ya no existe. Y si encuentran la forma de rehabilitarlo, antes de que se den cuenta la verdad habrá resucitado para ocuparlo.