‘Almas’ en peligro

17 Abr

Las culturas de cada pueblo van siendo machacadas por el poder de Occidente. De modo que, cuando deberíamos estar viendo el diverso paisaje de la sociedad humana, ellos van imponiendo un mismo ‘molde cultural’ a todos

Normalmente aceptamos como una realidad dada el paisaje de nuestro planeta. Es obvio. En cambio, nos cuesta mucho asumir el ‘paisaje’ humano de la sociedad actual que, para mayor dificultad, es muy diverso. Pero debemos imitar a los geógrafos, que no disputan por sostener que es más guapo un paisaje montañoso o uno de lagos, uno desértico frente a otro del Ártico.

Es una cuestión en la que conviene entrar con prudencia, tanteando el terreno, porque los análisis tienden a solaparse y a confundir la velocidad con el tocino.

En el siglo XX se fueron produciendo encuentros enriquecedores entre especialistas en distintas ciencias sociales y con historiadores de las modernas corrientes más integradoras. De ahí nació el ‘relativismo cultural’, que más que una teoría es un descubrimiento: una realidad que estaba ahí y no la apreciábamos. Al comenzar el siglo XX, Estados Unidos era la primera potencia industrial del mundo y a mediados de siglo, a favor de su decisiva intervención en la II Guerra Mundial, era ya la superpotencia dominante, aunque le llevo casi medio siglo más consolidar ese poderío, lo que consiguió, incluso de un modo más amplio de lo esperado, con la ‘implosión’ de la URSS al empezar la última década del XX.

A partir de allí y proyectándose de modo aplastante sobre el Siglo XXI, los norteamericanos promovieron una aceleración de la ‘globalización’ bajo su dominación. Ese dominio requirió varias guerras imperiales, que abarcaban apoderamiento de materias primas, abrir camino a negocios monopólicos, control militar… y cómo no, aplastamiento cultural. Este último, que puede parecer el menos importante, es sin embargo, el que consolida y refuerza a los otros dos, puesto que va destruyendo las señas de identidad del pueblo que está siendo aplastado o masacrado para imponerle la dominante cultura de Occidente. A través de su poder económico, de países que actúan como sus satélites (como Israel) y de una extendida red de bases militares, el Imperio crea una trama que hace muy difícil resistirlo.

Este proceso supuso una dificultad añadida para apreciar el ‘paisaje’ social del planeta; porque el dominio imperial impuso una globalización que refuerza su poder y procura uniformar, por la fuerza, una ‘cultura global’ que anula, aplasta y a veces extingue a las culturas propias de los distintos pueblos.

Ahí surge un gran obstáculo para aceptar los descubrimientos sociológicos, como ese, vital, de la autonomía y el carácter único de cada pueblo y su cultura. Mientras se iba viendo este paisaje tan diverso, el Imperio forzaba esa falsa ‘unicidad’. Los más ingenuos, incluidos muchos catequizados por el marxismo, insistían con antiguas consignas, como el ‘internacionalismo proletario’ y la ‘hermandad’ de toda la especie humana. Sin quererlo, hacían (y hacen) el juego que conviene al Imperio y actúan como ‘escudo ideológico’ de Occidente en su brutal avance destructor de las culturas locales.

El historiador británico Arnold Toymbee, que realizó un estudio completo de la historia humana, escribió ya en 1934: «…Occidente ha acorralado a sus contemporáneos y los ha enredado en las mallas de su superioridad económica y política, pero no les ha despojado todavía de sus culturas distintivas. Por muy apremiados que se hallen, pueden aún considerar como suyas a sus almas».

Ahora, están intentando herir o aplastar esas ‘almas’, que sobreviven, en algunos sitios penosamente. O sea que cuando deberíamos estar asumiendo y reconociendo las culturas autónomas, el Imperio nos has hecho tomar un desvío y confundir nuestras ansias de una revolución a escala planetaria y una cultura universal y fraterna, además de un futuro nacido del esfuerzo individual (un objetivo que resulta difícil de compatibilizar con los dos anteriores)…

No solamente los pueblos defienden sus culturas frente al imperio destructor, sino que rechazan todo lo que provenga del poder occidental. Esto es lo que envenena cualquier mensaje enviado desde la metrópolis: hasta el feminismo y los derechos humanos, banderas levantadas por Occidente, fracasan ante el ‘escudo’ de las culturas autónomas, porque resulta obvio que ningún pueblo puede abrirse a una modernidad que le llega con tropas invasoras y con bombardeos que les destruyen.

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