Otra revolución perdida

29 Nov

Algún día, tal vez, los latinoamericanos preguntarán muchas cosas sobre la Revolución Cubana y sobre tantos procesos que quedaron inconclusos

Muchas de las innumerables necrológicas dedicadas a Fidel Castro diferencian al ser humano del gran caudillo revolucionario o del ‘ideólogo’ que durante un tiempo (después, todo se desmoronó) intentó encontrar un camino ‘marxista-leninista’ para América Latina. Una cosa era, digámoslo simplificadamente, ser el general victorioso que fue engrosando sus columnas guerrilleras a medida que avanzaba por el territorio cubano y otra el jefe de una fuerza política dispuesta a llevarse por delante todo lo que pretendiera cortarle el paso.

Las dificultades para aceptar al castrismo como el nuevo ‘actor’ del escenario de América Latina estaban en que Fidel nunca aceptó que esas dos definiciones del castrismo pudieran separarse: para él, la disputa ideológica era parte del proceso de lucha contra el Imperio y, por tanto, era el eje de la liberación del ‘subcontinente’ de esa dependencia histórica que lo mantenía maniatado.

En ese fondo independentista está todo el secreto de que Latinoamérica se resistiera siempre, incluso algunos regímenes muy moderados, a que Cuba fuera condenada y excluida de los organismos y los cónclaves continentales. Retener a Cuba en las organizaciones americanas y en algunas ocasiones hacer causa común con el castrismo, por ejemplo, cuando se apretaban demasiado los lazos del bloqueo, eran actitudes que a veces estaban más allá de las definiciones ideológicas. Tan especiales eran estas situaciones que aquí conviene recordar que el propio franquismo rompió el bloqueo, vendiéndole camiones españoles a La Habana. Nadie, ni los enemigos ideológicos encarnizados de Castro, estaba interesado en ‘suprimir’ este ‘polo’ que mantenía la tensión y se convertía en un obstáculo para que el dominio de Washington sobre toda América no fuera tan absoluto como los yanquis deseaban. He leído en estos días algunas menciones a estos temas que hablan con suficiencia y convicción del ‘Imperio’ como si fuera algo del pasado. Desde luego, habrá que ver si la ‘desaparición’ del Imperio es un hecho o un desvarío que quiere negar la evidencia de Trump como proyecto revitalizador del dominio globalizado por un ‘holding’ en el que los norteamericanos siguen siendo la voz cantante.

En cualquier caso, algunos comentarios a propósito de la muerte de Castro caen en la tentación de meter, una vez más, la ‘denuncia’ contra ‘los populismos de izquierda o de derecha’. Si nos remontamos apenas 20 o 25 años atrás (un tercio, o poco más, de lo que duró el castrismo) veremos que la definición ‘populista’ casi no se tomaba en cuenta. Se ha acudido a ella y ahora no se le cae de la boca –o del renglón– a casi ningún comentarista, a medida que se ha ido quedando fuera de la realidad la clásica definición izquierdas/derechas, polarización desfasada pero a la que ayudan poniéndole la muleta populista.

Lo que está emergiendo no es el ‘populismo’ sino una nueva etapa en la que los pueblos reclaman protagonismo. Hace pocos días he visto con sorpresa que alguien, por fin, recordaba el nacimiento de la expresión ‘populista’ por los ‘narodniki’, anarquistas rusos que reclamaban dar al pueblo el protagonismo que se le negaba desde el Sistema pero también desde el elitismo de algunas corrientes marxistas que remitían ‘la revolución’ a la conducción de las elites proletarias (hoy, por cierto, casi desaparecidas). De ese elitismo no ha estado ausente la Revolución Cubana, aunque tardíamente comenzó a reconsiderar algunos rechazos ‘viscerales’ por los populismos, como el de Perón en Argentina o el de Velasco Alvarado en Perú.

Pero durante muchos años tampoco la izquierda hablaba de populismo, tomándolo por un competidor en vez de lo que era naturalmente: su aliado. Más tarde si se abrió a aceptar a estos ‘primos’, como Goulart en Brasil (incluso Getulio Vargas), o el panameño Omar Torrijos… y su gran antecedente histórico, la Revolución Mexicana, apenas tomada en cuenta por la historiografía marxista, y anterior, sin embargo, en 7 años, a la Revolución Rusa.

En homenaje a tantos revolucionarios no reconocidos o ‘ninguneados’, deberíamos apuntar el papel histórico de Fidel, sectario y excluyente pero que mantuvo en alto una ilusión independentista hoy más frágil que nunca.

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