Más que una cultura ‘global’ hay una extensión del dominio de Occidente sobre todo el planeta. Los mitos se han convertido en modas y las modas son tan efímeras que parecen meros antojos.
Hace muchos años se me quedó grabada una frase de Stendhal que transcribo de memoria: «En París no hay ni siquiera modas: son antojos». La frase vale hoy para todo el planeta. Vivimos en la civilización de los antojos. Supongo que siempre la Humanidad ha necesitado crear mitos y lo mismo le ha resultado fundamental a cada cultura particular. Conviene precisar que el choque entre las culturas de cada pueblo y la globalización no es algo que pueda darse por resuelto, alzando el brazo victorioso a esa ‘cultura planetaria’ que va cuajando. Porque lo primero que salta a la vista es que no hay, en realidad, una ‘cultura planetaria’ sino la extensión por el mundo, de la llamada ‘civilización occidental’. El poder podría ir clavando banderillas en los territorios conquistados para esa cultura universal dominante. Pero no está claro que sean victorias irreversibles. He visto ya tantas veces adoptar a variados usos aquella exitosa frase («es la economía, estúpidos’) que me da grima usarla siendo, como siempre lo he sido, un alérgico a los tópicos. Pero «no es la economía, estúpidos».
Si en algo han coincidido los ideólogos del capitalismo con los del marxismo es en adjudicar causas económicas a todos los procesos. La economía era la famosa ‘infraestructura’ sobre la que se asentaba toda la realidad. Pero en verdad no es la economía, como ‘aspirante a ciencia’, la que ‘explica’ todo lo que ocurre. La propiedad de los medios de producción, la clave maestra del análisis marxista, ha sido gradualmente reemplazada por la posesión de ‘herramientas’ muy variadas: el dominio del desarrollo tecnológico, la apropiación de materias primas, y, como culminación, el desarrollo específicamente militar. El dominio territorial se vincula directamente con el control de las materias primas. Y el poder militar permanece estrechamente vinculado a la posesión de las herramientas tecnológicas que lo realimentan.
¿Donde ha quedado, a todo esto, aquella ‘superestructura’ cultural de que hablaban los marxistas? Era como una neblina que envolvía la realidad, y creaba la forma más sutil de dominio: la que controla hasta los métodos para ‘pensar’, de modo de mantenernos dentro del gran marco del pensamiento único. Allí nos movemos, como si lleváramos unas correas muy flexibles, que nos permiten muchos movimientos y, con ellos, la ilusión de la libertad.
La cultura presuntamente universal funciona como un tiovivo, con su musiquita, sus carruajes, sus animales que suben y bajan. La gente, que no participa del poder, ansía subir al tiovivo.
Mientras pueblos enteros están siendo exterminados y despojados de sus riquezas la cultura de las elites de los países dominantes parece libre de embarcarse en todo tipo de aventuras intelectuales y disputa o se encabrona cuando algún ‘poder local’ les pone limitaciones o les marca directivas. Algunas son imposibles de transgredir porque se nos reprime, como es el caso del holocausto, tema cerrado y sellado por el poder como paradigma del mal absoluto. Esos tabúes son unos pocos pero resultan básicos para el Sistema porque sostienen todo el andamiaje. Por decirlo de alguna manera: Hitler no fue solo un asesino genocida, que de esos hay muchos, sino la demostración de que el mal no hay que andar buscándolo porque está concentrado allí. El mal es nazi de origen y cualquier país o fuerza política que no mantenga la disciplina marcada por el poder puede ser anatematizado como nazi o filonazi.
Entonces, saltan los mecanismos ideológicos y se sueltan las jaurías sobre esos ‘herejes’. Un ejemplo bien a la vista es el de los musulmanes: están siempre con un pie dentro del ‘filonazismo’, categoría similar a la de terrorista. En la Guerra del Golfo Sadam Husein fue rápidamente caracterizado como un nuevo Hitler.
Hitler, el nazismo y el holocausto representan los controles extremos. De ese modo se aparta la vista del genocidio del ataque atómico contra Japón en Hiroshima y Nagasaki, cometido por Estados Unidos. O de la masacre de palestinos que Israel ejecuta periódicamente con total impunidad. El mundo es una película con muchos malos pero todos son ‘malos menores’. El mal absoluto está identificado y etiquetado y relativiza todos los demás. Los artistas, los creadores, los que escribimos y los intelectuales en general somos los que surtimos de entretenimientos al tiovivo. Y allí surgen todo tipo de modas: gastronómicas, artísticas, deportivas, de calzados o de calzoncillos, de artilugios electrónicos o de series de TV. Todas efímeras porque la maquinaria del consumo necesita de la novedad. Por eso en el mundo ya no hay auténticas modas: son antojos.