Si resultaran candidatos el demócrata Sanders y el republicano Trump se plantearía una situación inédita: se enfrentarían dos ‘radicales’, uno proclamado socialista y el otro furibundo conservador.
Siempre que hablamos de la política estadounidense recordamos esas quejas esporádicas, puramente simbólicas puesto que chocan con la realidad misma: ya que Washington gobierna toda la Tierra… ¿por qué no dejarnos votar en sus elecciones a todos los habitantes del planeta?
Hay un aparente misterio en el hecho de que los norteamericanos nunca (hasta ahora) se han escorado hacia la ‘derecha’ o la ‘izquierda’. Ellos llaman ‘izquierda’, por ejemplo, a Obama o a Carter; y derecha a Nixon o a Reagan o a los Bush. Desde fuera de los Estados Unidos es más realista hablar de ‘poder duro’ y ‘poder blando’. Son, pues, dos tácticas para defender y expandir el poder del Imperio.
Quien podía verse como paradigma de ‘izquierda’ sería John Kennedy; y sin embargo, fue Kennedy quien dio el puntapié inicial a la guerra de Vietnam, si bien él envió unos cuantos miles de ‘asesores’ y quien convirtió esa avanzadilla en un ejército fue Johnson, vicepresidente que sucedió al asesinado Kennedy.
De tanto en tanto se presentan propuestas más radicales, en uno u otro sentido: McGobern o Eugene McCarthy (un homónimo del furibundo anticomunista pero situado en el polo opuesto) representaron propuestas ‘liberales’ y fueron marcados como izquierdistas; y el propio Reagan resultó un conservador belicista y belicosamente neoliberal, al punto de convertirse en el gran aliado de la británica señora Thatcher.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo hacen para no inclinarse abiertamente a la mano dura o la mano blanda?
El ‘mecanismo’ está históricamente a la vista. Cuando los demócratas presentan un candidato considerado excesivamente liberal, pierden; y cuando los republicanos ofrecen a alguien demasiado inclinado a la mano dura, también pierden. Por eso fueron derrotados Eugene McCarthy y McGobern, demócratas y liberales, o Barry Goldwater, republicano y muy conservador.
Pero en la carrera electoral que está en marcha despunta una posibilidad hasta ahora inédita: según algunos pronósticos, tienen serias posibilidades de resultar candidatos dos ‘extremistas’: el demócrata Sanders, que se proclama socialista y habla de combatir la desigualdad, y el republicano Trump, con propuestas tan extraordinarias como la ya muy famosa de levantar un muro para impedir la entrada de los inmigrantes del Sur.
La gran incógnita es lo que puede ocurrir en esa hipótesis. Antes de imaginar una situación tan insólita conviene añadir un factor más de tipo ‘correctivo’: los ‘aparatos’ de ambos partidos saben perfectamente el riesgo que supone presentar un candidato considerado ‘extremista’, de modo que suelen actuar para descabalgar a quien saque los pies del tiesto.
Pero en esta ocasión los ‘aparatos’ lo tienen muy complicado. Porque entre los demócratas aparecía como ‘caballo ganador’ la señora Clinton y es ahora, pese a eso, cuando Sanders está creciendo inesperadamente; y entre los republicanos Trump parece imbatible porque sus propuestas más descabelladas no le hacen perder apoyo sino al contrario: cada una de sus ‘locuras’ refuerza sus expectativas.
Al margen de lo difícil que se presenta esta puja, conviene tomar en cuenta su valor de síntoma.¿Se estarán planteando los estadounidenses la necesidad de subir los impuestos a los ricos y luchar realmente contra la siempre creciente desigualdad? ¿Estarán pensando que el mundo se les escapa de las manos y que apuntarse a un par de guerras será algo necesario para retener o recuperar zonas de influencia que parecen en peligro?
¿Pesará más esa pérdida de poder a nivel planetario que la urgencia por nivelar una sociedad cada vez más dividida por la siempre creciente riqueza de una minoría exigua frente a una amplia mayoría que desciende hacia la pobreza?
El economista Krugman (tenido por un izquierdista declarado) parece haber echado una mano al aparato demócrata con una crítica muy fuerte a las posiciones de Sanders, tachándolas de utópicas. Conviene también tomar en cuenta que los votantes norteamericanos miran siempre hacia adentro: atienden vagamente al resto del mundo pero se movilizan por sus intereses inmediatos. En una eventual confrontación, esto podría beneficiar a Sanders; pero no está claro que sea así, porque las propuestas de Trump, con ser belicosas y apuntar al planeta como conjunto apuntan muy claramente al plano interno puesto que la brutal contención de la inmigración es una de las cuestiones que motiva más a los votantes.
Al margen del aspecto ‘deportivo’ de la carrera presidencial, todos dependemos mucho de esta pugna; como suele decirse, cuando Estados Unidos estornuda el planeta entero coge un constipado.