Hace algunas décadas las preocupaciones sociales giraban alrededor de la familia con sus conflictos y tensiones y con su carga de ‘fracaso’ para lo que no fuera su misión perpetuadora de la especie. Era una sociedad tradicional que se veía tan instalada en la realidad que iba a durar toda la eternidad.
Ya acercándonos un poco al final del siglo parecía que el centro de la sociedad había sido ocupado por las empresas y los cachorros de empresarios: los emprendedores. Hubo quienes se preocuparon de ver cómo la empresa parecía desplazar a la familia, al punto de que los fines de semana los ejecutivos con futuro eran los que se iban a jugar al golf con el dueño de la compañía (en Estados Unidos, off course). Paralelamente, las multinacionales no cesaban de crecer y hoy algunas de ellas disponen de más riqueza que muchos Estados. Sin embargo, las transnacionales no llegaron a hacerse con el poder mundial suprimiendo a los Estados, como algunos preveían, porque se apuntaron a una muy bien tramada amalgama triangular de intereses: entre el ‘establecimiento’ económico, la clase política y los medios de comunicación crearon una única realidad de poder que el ‘pensamiento único’ intenta justificar ante el conjunto de la sociedad. Actualmente esa trama también parece eterna. Y la verdad es que está durando demasiado. Como si estuviéramos en una película de animación, el triángulo parece tomar por momentos la forma de una espiral y ahí en el fondo, metiéndose en el núcleo, está el poder financiero. Si descomponemos el proceso de animación que convirtió al triángulo en espiral, vemos que los creadores del dibujo han hecho –con los trucos de su oficio- la magia de que una cosa se convierta en otra sin perder sus cualidades esenciales… se trataba de concentrar el poder sin perder cierta diversidad en la forma. Y lo han logrado: el sistema financiero ha ido inundando por dentro todo el sistema de poder.
De hecho, el dinero, aunque nos lo muestren bajo apariencias muy distintas, es siempre ‘el mismo’. Es el que la maquinaria de los Estados (otra utilidad que les ayuda a sobrevivir) imprime para regular la trama del poder. Muchas veces hemos planteado (¿hay por ahí algún economista que algún día quiera y pueda contestar?…) cómo puede ser que todos los países del mundo deban, sean deudores, en tanto que no existe ningún ‘acreedor universal’. Estados Unidos debe más que Europa y sin embargo ‘los mercados’ no le han acosado, lo que evidencia una gran maniobra para debilitar y desangrar económicamente a Europa. Si todos deben (incluso China) … ¿dónde nacen y cómo operan las presiones que de repente, ante un determinado país, convierten la deuda en algo exigible y crean un torbellino de amenazas sobre el pobre deudor pescado in fraganti…¡en la misma situación que cualquier otro país!
Es entonces cuando conviene recuperar el sentido común, que nos ofrece una visión absolutamente distinta que la que nos prodiga el ‘pensamiento único’… Y de ahí nace la certeza de que no se trata de denunciar que el ‘poder mundial’ tiene tal o cual ideología sino que está en manos de una gran mafia. Una mafia global condiciona (limita, da alas o directamente controla) a las grandes mafias ‘nacionales’, como las de Estados Unidos, Italia, Rusia, Japón, México, etc., etc. El dinero, con sus distintas apariencias, es una gran concentración, una masa que gira y se mueve, a veces con velocidad de vértigo, y que de repente está en las empresas, en las multinacionales, en las mafias concretas (del contrabando, de la droga, del tráfico de personas, de órganos, de niños…). Pero, haga lo que haga, vuele o aterrice, la masa de dinero suele pasar, casi indefectiblemente, por los bancos… y suele asentarse en los paraísos fiscales. ¿Alguien se acuerda de que hace ya varios años, con el principio de la crisis, hubo serias y formales reuniones de líderes políticos para ver cómo se podían acotar y llegar a suprimir los paraísos fiscales? Por donde suele pasar el dinero es por los bancos y el sitio donde suele terminar es en los paraísos fiscales. El dinero. En abstracto. Que de momento sigue siendo el dueño del destino de nuestra especie. Esa es nuestra lucha: o acabamos con él o probablemente él acabará con nosotros.