O los manuales de autoayuda han tenido un éxito fulgurante o simplemente han caído en terreno abonado y ya casi todos estábamos dispuestos a creernos que solo con algunas frases de autoaliento ya nos pondríamos al principio –o al cabo- de un sendero de éxitos. Quiero decir que somos muy pero que muy susceptibles al optimismo y a los mensajes edulcorados. Y, paralela y complementariamente, muy reacios a que nos digan cosas negativas o nos auguren alguna dificultad. Dicho de otra manera: nuestra tendencia al optimismo es irrefrenable y somos íntimamente solidarios con aquellos monarcas absolutistas que le cortaban la cabeza al mensajero que traía malas noticias.
Este panorama tan ‘positivo’ resulta clamorosamente negativo puesto que la necesidad de verlo todo ‘color de rosa’ deforma los perfiles de la realidad. Esta tendencia puede verse con la victoria del candidato socialista, Francois Hollande, a la presidencia de Francia. No parece que aquí nadie haya conocido la época de Zapatero ni que seamos capaces de entender, de verdad, que gobierna el mundo el gran capital financiero –eufemísticamente llamado ‘los mercados’— y que el orden de las ideas (el mundo abstracto de las ideologías) poco y nada tiene que ver con las contundentes realidades que nos aplastan. Por mucho que los cenáculos académicos nos adoctrinen sobre los males del neoliberalismo, las mafias que nos dominan son por naturaleza heterónimas: cambian de nombre ideológico como de camisa. Frente a ese poder financiero el señor Hollande está tan llamado a obedecer como el suelo de ‘cristal’ de un lago helado a derretirse con la llegada del calor.
Cuando su fiesta victoriosa, Hollande bailó al son de ‘La vie en rose’ (con la inimitable Edith Piaf) todo un símbolo de ese pasar gato por liebre: lo que con suerte será ‘un respiro’ presentado bajo el emocionante golpe bajo de ese romanticismo algo trasnochado.
La semana pasada hablábamos de la gran jugada de Angela Merkel, que se adelantó al posible triunfo del candidato socialista proponiendo un fondo de ‘autorescate’ para Europa, dando entrada a los inversores, decíamos, “en un gran fondo de unos 200.000 millones de euros (por ahora solo se dispondrá de un 5 o 10% con capitales públicos como ‘carnada’), bautizado por el poder como ‘Pacto por el Crecimiento’ y explicado como un nuevo Plan Marshall…” No parece que la canciller alemana –tan de hierro o más que la otrora ‘dama de hierro’ británica, la señora Thatcher- vaya a retorcer sus principios ante la sola amenaza de la llegada de Hollande al gobierno francés. La listísima señora Merkel está pilotando un cambio de rumbo que incluye, por ejemplo, el abandono de la energía nuclear y la apuesta por las renovables. Ella no está ‘esperando a a Hollande’: ambos, coordinadamente, van a aplicar la ‘corrección’ que resulta imprescindible para que la agotada Europa sobreviva.
O sea, que este proceso no se ‘tuerce’ sin desafiar al poder financiero mundial y para esto hay que tener una enorme fuerza, que quizás solo podría venir de la mano de muchas decenas de millones de ciudadanos, más que indignados, dispuestos a ‘ocupar el Palacio de Invierno’, aunque sea pacíficamente. Repasemos muy rápidamente las tres posibilidades que se presentan ante la gran estafa llamada ‘crisis’:
- Austeridad pura y dura. En eso estamos y España, siempre un poco a contrapelo, es país líder en esta línea. Felipe González ganó el gobierno por primera vez para el PSOE con el eslogan del ‘cambio’, que ahora hizo suyo Rajoy y que también ha sido el eslogan de Hollande. Mientras más nos cubren con el manto del pensamiento único, más se pretenden presentar como algo diferente.
- Austeridad con corrección mínima. Es la tortura de meter la cabeza de alguien bajo el agua y sacarla fuera para darle un respiro antes de volver a sumergirla.
- Patear el tablero. Pacífica pero multitudinariamente. Puede comenzarse al estilo griego: según los resultados de las elecciones hubo casi un 40% de abstención y ¡las tres cuartas partes de los votos! (casi otro 40% del censo) repartidos entre pequeños partidos que el Sistema llama ‘de extrema izquierda’ o de ‘ultraderecha’; o sea, que rechazan la imposición de los mercados.
Hollande no va a apuntarse a la tercera variante, obviamente; el está enrolado en la segunda. Pero es que la segunda, como lo comentábamos la semana pasada, es la que se va aplicar ahora. Es el momento de sacar la cabeza fuera del agua para que respiremos.