Mi blog personal, dentro del conjunto de blogs de La Opinión de Málaga, nació con problemas técnicos que yo compartí. Quiero decir que el blog tuvo sus problemas técnico y yo los míos.
Pero también hubo algunas dificultades personales que no compartí con nadie. Todas las preguntas filosóficas sobre la existencia, que casi todos nos hacemos en algún momento de nuestra vida (que algunos continúan haciéndose una y otra vez…y que otros, por fin, nunca se hacen pero se van enterando de que existen) se las endosé al blog. Le pasó lo mismo que a mí: no supo qué contestar. ¿Por qué existo? ¿Para qué? ¿Existo en realidad? ¿Si no pienso por mi cuenta no existo?
A las preguntas filosóficas les pasa algo parecido a lo que les ocurre a las fotos y los videos eróticos caseros, también llamados pornográficos (en realidad, creo que la manera de llamarlos define la clase social). Me refiero a que las preguntas filosóficas, puestas así, sobre la mesa, parecen tonterías. Y las imágenes eróticas caseras propias, auténticamente caseras, siempre resultan ridículas. No hay cosa más ridícula, vista desde fuera, que dos (o más) personas haciendo el amor espontáneamente: sus actitudes no están bajo control y se convierten en el hazmereir de quien las mira. Nada que ver con las verdaderamente pornos, estudiadas y guionizadas, en las que cada uno cumple su papel como establece el guión: por malos que sean los actores/actrices (que lo son) desarrollan su rol y todo queda perfectamente sincronizado. Podrán ser malas películas, podrán incumplir con su misión estimulante, pero solo por momentos (cuando decae la profesionalidad) desbordan hacia el ridículo.
Ya queda dicho: a las preguntas filosóficas les pasa exactamente lo mismo. Puestas ahí, improvisadamente, resultan interrogantes estúpidos: ‘pues sí, hombre (mujer), claro que existes… Nadie sabe muy bien para qué estamos aquí, de modo que vivimos y punto pelota’ (esta última expresión quizás sea castiza pero también puede ser producto de la capacidad intelectual del ex presidente español José María Aznar).
¿Para qué estamos en este planeta? ¿Somos los únicos habitantes del universo?
¿Cabe hacerse preguntas menos inteligentes? ¿O menos prácticas?
A la luz de la experiencia tendría más sentido preguntarnos: ¿Hemos sido depositados en este planeta con la misión de destruirlo? ¿O somos suficientemente autónomos como para decidir destruirlo por nuestra propia cuenta, sin consultarlo con nadie… puesto que tampoco tendríamos con quien?
Es como el erotismo real… que se ve ridículo pero es auténtico. Si nos preguntamos si estamos destruyendo el planeta por decisión propia o por encargo notamos que la pregunta tiene un sentido, que se relaciona con la realidad que nos rodea. Si nos preguntamos quién nos puso aquí, para qué estamos aquí o, simplemente, por qué existimos (sea aquí o en cualquier otro sitio) vemos en seguida que las preguntas no son espontáneas, que pertenecen a un escenario prefabricado… son una excusa para ejercitar el pensamiento circular: el que arranca en un punto, se agita, va haciendo la curva… y termina en el mismo lugar donde empezó.