¿Qué decir estas navidades, qué desear para el nuevo año? Tengo la impresión de que no sólo han desaparecido las postales enviadas por correo (que alguna empresa despistada mandaba todavía en años anteriores) sino también esos esfuerzos de montajes de ‘power point’ con un arbolito de Navidad bailando o un Papa Noel fumando un puro. Casi todas las felicitaciones se han hecho sencillas, se han ido descargando de pomposidad y muchas veces han ganado en escepticismo… La crisis, los desastres naturales y artificiales (no creo que a Zapatero, sin ir más lejos, se le pueda considerar una catástrofe natural) y las pequeñas derrotas personales hacen suma: tal vez el dicho de que ‘las desgracias nunca vienen solas’ responda a nuestra natural tendencia a uniformar la realidad para verlo todo estupendo o todo irremediablemente desgraciado. Cuando algo no va bien surge de algún ‘más allá’ un angelito masoquista que hace recuento de todos nuestros males desde el día en que nacimos hasta el presente.
Se nota claramente en las ‘redes sociales’ que incluso los que habitualmente muestran mayor tendencia al escándalo no se atreven a poner, detrás de las ‘felicidades’, varios renglones de ansiosos signos de admiración.
Por días o por momentos parece que hubiera una puja por ofrecer postales de la decadencia de Occidente (así la llamaba Spengler bastante al principio del pasado siglo) o, lo que quizás sea, lamentablemente, lo mismo, la decadencia de nuestra civilización y de nuestro estropeado planeta. Por ejemplo, el nuevo casamiento del fundador de ‘Playboy’ con una niña de 24 años que ha querido demostrar que entre sus muchas cualidades no brilla la modestia: “Si me tuviera que definir en tres palabras –comentó- diría que soy espontánea, leal y encantadora”. Otra tétrica postal del fin de la década: que la CNN+ deje de ser emisora de noticias para convertirse en un canal temático sobre ‘Gran hermano’… ¡A ver si en alguno de estos casos he sido víctima de una inocentada! Por si acaso, una postal en la que no cabe el engaño: el último dominical del año de un periódico nacional nos ofreció los cien personajes iberoamericanos de 2010; los que ocuparon mayor espacio se llevaron dos páginas. La revista no tuvo sitio más que para ese ‘supertema’ y para sus columnas habituales. Pero al final surge una modelo despampanante luciendo ropa y joyas, y para ella hubo… ¡siete páginas!
Me debato entre la hipocresía de felicitar como si no pasara nada y la maldad de apuntarme a la energía negativa de mandar un mensaje que diga algo así como ‘Nos hundimos…En 2011 sálvese quien pueda…” Pero de repente me llega una felicitación basada en Mafalda de Quino (aunque no está claro si su autor es Quino) que interpreta casi exactamente mis inquietudes. Mafalda empieza probando con un “Les deseo a todos un año de paz en el mundo”; pero, como le parece que eso no va a funcionar, acude a otras fórmulas que entre ella y sus amigos van descartando sucesivamente: tampoco va a funcionar el “Bueno, les deseo un año de prosperidad para todos”, ni el de desear “un año lleno de amor”, ni el de “un año de justicia y equidad”, ni el de “éxitos profesionales y recompensas por los esfuerzos”… Al fin, torturada por no encontrar la fórmula, grita “¡Basta!” y hace un nuevo intento: “les deseo a todos un mundo mejor en el que se cumplan las utopías”… pero después mira al globo terráqueo y le reprocha que no tiene “la menor intención de mejorar”…Por fin, concluye que se fastidió el brindis. Pero finalmente encuentra una fórmula que le resulta apropiada: brinda por las personas que trabajan por cambiar el mundo porque “trabajar por construir un mundo mejor es la felicidad más posible”.
Me adhiero a esa idea. Parafraseando a Andrés Calamaro diría que brindo por eso “hasta la cirrosis”.