Lo digo con un dejo de pudor: me hubiera encantado ser asiduo concurrente a las bacanales de los tiempos de la decadencia de Roma. Aunque nunca se toma muy en cuenta, es obvio que juzgamos de manera totalmente diferente lo que debe ser la norma, la Ley, de lo que es nuestra actuación individual. Como personas podemos ser asesinos, pedófilos, mentirosos compulsivos o ladrones de gallinas… Cualquiera de esas cosas (y todas las que podáis imaginar) nos la perdonaremos, le quitaremos dramatismo, la disimularemos… y casi siempre procuraremos mantenerla oculta al menos para el ‘gran público’ (y acaso para los encargados de administrar justicia).
Por el contrario, nuestra atenta observación del prójimo nos permitirá denunciar, condenar y juzgar cualquier transgresión cometida por otros. Es esa tendencia al puritanismo (¿será el espíritu chivato parte de la llamada ‘condición humana’?) la que rige la vida social. Esa doble moral se convierte en la esencia de los programas centrados en el tomate. Allí se exhiben escándalos de todo tipo y eso mismo les crea la necesidad constante de ‘reponer valores morales’: como cada día el marco moral resulta triturado, hay que rescatarlo rápidamente para recuperar la capacidad de escándalo perdida en la anterior jornada.
Es obvio que el sexo está hoy en el centro del escenario. Hemos recorrido un largo camino que pasa por dar legitimidad a las ‘diferentes opciones sexuales’ y por admitir –y aún financiar con dinero público- los cambios de sexo de quienes consideran que su dotación física no coincide con sus inclinaciones mentales (o instintivas). A partir de la ruptura de los diques tradicionales el torrente invade todos los terrenos. Hoy pueden detectarse hombres héteros y homos; mujeres héteros y homos; gays que gustan de los hombres o de las mujeres y lesbianas a las que les ocurre lo mismo; y en todas esas categorías existen quienes se proclaman bisexuales. Junto a esa creciente variedad llevamos seis o siete décadas ampliando la idea de lo sexualmente ‘normal’ hasta rozar límites insospechados, traspasándolos a veces: el reconocimiento de cualquier parte del cuerpo como capaz de generar deseo, la aceptación en las prácticas sexuales del fetichismo, que permite insuflar a cualquier objeto el carácter de instrumento de placer; el sadomasoquismo, que incorpora al goce las más variadas formas de provocación, con pequeñas dosis de dolor que potencialmente pueden llegar a la crueldad y la tortura. Todo esto, claro está, lo vivimos como una explosión de libertad.
Días pasados, en una feria que tuvo por escenario a la pícara Hamburgo, los atuendos y los ‘juguetes’ de latex dieron un punto ‘sadomaso’ al evento. O sea, que el mercado, cuya moral siempre ha estado por los suelos, coquetea –nunca dicho más literalmente- con las nuevas tendencias sexuales. En Nueva Orleans triunfa el ‘bounce’, una danza en la que las chicas mueven el culo tan frenéticamente como pueden, logrando velocidades de un feroz saque de tenis; una de las ‘lideresas’ de este movimiento es Katey Red, un/a explosiva/o travesti rapera.
No tengo la menor idea sobre el sitio al que nos va a llevar esta ola ‘desinhibitoria’ que avanza a buen ritmo, al menos en Occidente. Aunque por casi todo lo demás la época traiga una gorda porción de desgracias y miedos, en este sentido, el de la revolución sexual, creo que me ha tocado vivir un envidiable periodo de tiempo. Pero no puedo evitar pensar que, visto desde lejos, con perspectiva, uniendo este dato con el panorama general, todo esto puede estar viéndose como el más claro síntoma de decadencia. Y es que, como comentábamos al principio, una cosa es valorar nuestra experiencia individual y otra verla en su contexto, como un ínfimo trazo de una experiencia que le está ocurriendo a una civilización entera.
¡HOMOFOBIA!
Jajajajjajaj
Veo que Aitor tiene mucho sentido del humor.
Horacio
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