Es una cuestión a la que volvemos una y otra vez porque es una clave –quizás la principal- de la forma que tenemos de ver el mundo: nuestra relación con la ‘información’. Los medios masivos de comunicación nos informan, forman y deforman de tal modo que nos acostumbramos a recibir versiones trucadas de la realidad. El primer condicionamiento es dejar en manos de la televisión la misión de deformarnos. La TV termina por ser un grande y único ‘canal’ que establece y regula nuestra relación con el mundo. La manipulación se hace más fácil justamente porque vivimos una realidad global, inmensa, llena de matices y misterios, prácticamente inaprensible… Dejarse llevar por las brisas o los huracanes del pensamiento único nos sumerge en una falsa homogeneidad de explicaciones ‘compartidas’. Las disidencias pueden surgir –cómo no- pero por canales casi testimoniales, que finalmente son condenados a otro modo de uniformidad: la marginalidad de lo colorista, de lo ‘exótico’, algo que parece un simpático adorno en la “república independiente de mi casa”. Esta insistencia mía (candidata a tal marginalidad) viene a cuento de que ayer, lunes, hemos encontrado entre las noticias breves de un periódico madrileño el dato de que en Basora (Irak), durante el pasado fin de semana, un atentado de los ‘insurgentes’ –así llaman a quienes resisten la invasión extranjera- mató a 45 personas y dejó 185 heridos. El mismo ‘breve’ añade que ‘otras 16 personas’ perdieron la vida en este ‘finde’. ¿Más de 60 muertos en Irak no bastan hoy para dar un espacio algo mayor que un ‘breve’?
A comienzos de los ’70 se divulgó el ‘Informe McNamara’, con documentos secretos del gobierno norteamericano que conmovieron al mundo. Estos ‘Papeles secretos del Pentágono’ mostraban la realidad “al otro lado del espejo”, el famoso espejo de ‘Alicia en el país de las maravillas’. Era estremecedor comprobar con qué omnipotencia se jugaban los destinos del mundo entero. Una de las revelaciones más fuertes del libro era la patraña urdida por el gobierno norteamericano para ‘atraer’ una agresión vietnamita a sus barcos en el Golfo de Tonkin. Esa argucia permitió manipular a la opinión pública para lanzar la guerra a gran escala contra Vietnam del Norte. Uno se pregunta cuáles trampas y mentiras estarán consumándose hoy. Hace ya unos meses, un soldado experto en informática, Bradley Manning, grabó y entregó a la web de un periodista australiano copias de dos videos y de decenas de miles de documentos secretos. Al parecer uno –sólo uno- de esos documentos llegó a ‘The New York Times’ y se publicó: mostraba cómo la embajada de Washington en Irak advertía sobre las maniobras del gobierno de Karsai para evitar que las tropas norteamericanas se retiren. “No quieren que EE.UU. se vaya (…) Asumen que codiciamos su país para una eterna guerra contra el terrorismo”. En cuanto a los videos, se sabe que uno, ya difundido, confirma la matanza de 12 civiles en Bagdad (2007) y otro, aún no difundido, muestra la masacre (2009) en Garani (Afganistán) de un centenar de civiles. Lejos de que esta imponente documentación haya dado lugar a otro gran informe sobre los secretos del Pentágono, muy poco se ha difundido todo esto y los ecos han sido mínimos; la mayor parte de la desinformación ofrecida tiende a presentar al soldado Manning como un ‘loco’, además de un ‘traidor’. El soldado esperaba que sus revelaciones generaran una gran repercusión mundial, al confirmar el frecuente derramamiento de sangre inocente; sólo ha conseguido que un alto jefe militar diga que él, el soldado Manning, es el que tiene “las manos manchadas de sangre”. Se trata de una curiosa manera de invertir la realidad, que cuenta con el coro propicio de la mayor parte de los medios: la sangre no la derraman los invasores (aunque esté filmado), sino quienes intentan ayudarnos a que nos asomemos otra vez, aunque sea por un instante, al otro lado del espejo.