Cómo politizar el dolor

19 Ene

Aunque no estoy de acuerdo casi nunca con Raúl Rivero, escribe con gracia y a veces cuenta anécdotas divertidas sobre América Latina. Me preguntaba cómo haría para hablar de la espantosa situación de Haití sin salpicar a Estados Unidos, potencia aplastantemente hegemónica en la región caribeña y responsable, por tanto, de buena parte de los padecimientos de ese país, único en el que la esclavitud fue abolida por los propios esclavos sublevados. Rivero lo resolvió fácilmente: habló, por milésima vez, de Cuba y aprovechó para burlarse de la promoción que hace el castrismo de uno de sus logros importantes –la capacidad sanitaria– diciendo que “no abandona su empeño en politizar el dolor y la aspirina”. No son los únicos en politizar el dolor.
El caso de Haití es otra muestra de algo que abunda en el tercer mundo: los países que son un No-Estado, un bien mostrenco que cualquiera puede atropellar. Allí no parece que haya siquiera alguna riqueza que rapiñar, de modo que la disputa gira sobre el control político y la posibilidad de ofrecer ´buena imagen´.
Los No-Estados no son pocos. En realidad, todos los pueblos del tercer mundo pugnan por alcanzar la condición plena de Estado, siguiendo la huella de las naciones europeas. Sólo que estos pueblos con pretensiones de incorporarse a la comunidad de Estados no se hallan en las mismas condiciones que sus modelos, porque topan con un superpoder planetario que les dicta normas y les castiga si no hacen sus deberes. Les han impuesto, por ejemplo, cartillas como las del Fondo Monetario, que bloquearon el desarrollo económico y que ahora son denunciadas como ´engañabobos´. La propia China, hoy ´primera de la clase´ entre quienes quieren tener un verdadero Estado, se encuentra con que ya no puede disponer de abundantes y baratos recursos energéticos porque hay que proteger la salud del planeta. Lógico. Sólo que los que han vivido y crecido gracias al petróleo barato ni siquiera ahora renuncian a seguir contaminando. Volviendo a Haití. Leo en una carta de lector un párrafo certero: “La reconstrucción de un país de las dimensiones de Haití debe ser perfectamente viable y asumible para la economía global”. Por supuesto que es así. El mismo lector imagina después que se debe apoyar a este país para que se convierta “en un Estado de verdad, viable y capaz de desarrollarse”. Pero parece difícil que los mismos superpoderes que han impedido que Haití, y a otras decenas de pueblos, lleguen a constituir un Estado, sean ahora quienes le ayuden a conseguirlo. Sólo los propios haitianos puede conseguir crear un Estado y eso ocurrirá si la ´comunidad internacional´, tras auxiliarles, se retira y les deja asumir libremente su propio destino. Que no les pase, como durante el Siglo XX, que haya un poder que les aplaste cada vez que han procurado levantar cabeza. El ex presidente Jean Bertrand Aristide, único elegido democráticamente en toda la historia haitiana, que está en Suráfrica (a donde le enviaron los norteamericanos, tras desalojarlo del poder en 2004) está queriendo volver con una promesa modesta: ´salir de la miseria para vivir en una pobreza digna´. Desde el ´Global Strategy Project´, de Washington, se marca el camino a Obama: Estados Unidos debe destinar a Haití más recursos que al tsunami de Indonesia, por “el papel de Estados Unidos en la región” y para “restaurar su credibilidad como fuerza de bien (sic) tanto en la zona como a nivel internacional”. De hecho, mientras la Minustah –fuerza internacional de la ONU–, de 9.000 hombres, ha visto cómo el terremoto raleaba sus efectivos, los norteamericanos envían 10.000, entre miembros del ejército de tierra y marines. Entre tanto, Brasil –otro país que quiere ser un Estado ´de verdad´–, que está al frente de la Minustah, quiere ganar protagonismo. Y en la ONU pretenden que Europa participe como el que más. Hay codazos por ´politizar el dolor´ y hacerse la foto como salvadores de Haití.

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