Adulterios ´de género´

12 Ene

El caso de la señora Iris Robinson, esposa del ´ministro principal´ de Irlanda del Norte, es el milésimo ejemplo de que la realidad supera a la ficción. La mujer (diputada y concejal), famosa por su religiosidad y su puritanismo, incendiaria enemiga de la homosexualidad (aseguró, Biblia en mano, que es una ´abominación´ justamente cuando en las calles de Belfast habían apaleado a un gay), se ha hecho ahora famosa por haber sido infiel a su marido con un chaval casi 40 años menor que ella, a quien, además, financió la compra de una cafetería.

El episodio cuenta con ´adornos´ de todas clases: Iris Robinson acudió a dos constructores (¿corrupción o simple préstamo amistoso?) para conseguir los 27.000 euros que su joven protegido, Kirk McCambley, necesitaba; antes de acostarse con el chico tuvo relaciones con su padre, a quien, en su lecho de muerte, prometió que cuidaría de la criatura, cometido en el que quizás se excedió. Su puritanismo también resulta exagerado: reprochó duramente a Hillary Clinton que hubiera perdonado las infidelidades de su marido.
Justamente en estos días se editó en Estados Unidos un libro revelando más historias de los Clinton. Al parecer, la señora Clinton, durante la campaña por la candidatura a la presidencia, estuvo investigando a su marido y descubrió que tenía una amante, que ya no era una becaria especialista en felaciones sino una mujer con la que mantenía un romance duradero. El grave problema de Hillary no era que su marido volviera a serle infiel, sino que sus nuevas aventuras pudieran fastidiarle su campaña.
El cruce de las dos historias, la de Iris y la de Hillary, sugiere que nuestra época sigue dando un tratamiento bien distinto a los maridos y a las esposas infieles. Todo parece indicar que el ministro principal Robinson tendrá que dimitir por causa de las historias de su mujer, en tanto que la tan famosa felación al señor Clinton no tuvo consecuencias políticas demasiado catastróficas. Creo que las dos reacciones surgen ´naturalmente´ de una sociedad –la del mundo desarrollado de hoy– que reacciona ante estas situaciones con la ´amígdala´, el nudo cerebral de las emociones primitivas, antes que con el ´cortex´, donde brilla la racionalidad. Aquí la realidad supera a la ficción quizás porque no padece, como sí puede ocurrirle a los fabuladores, el síndrome de lo políticamente correcto: posiblemente un escritor no dejaría tan malparada a una mujer por temor a ser acusado de machista.
Muchos líderes políticos del Ulster están pidiendo la cabeza del ´ministro principal´ Robinson. Sin embargo, puestos a juzgar la vida personal de esta familia, cargada con tantas responsabilidades políticas, lo suyo sería pedirle que se divorciara. Si el señor Robinson se separara de su adúltera mujer… ¿que obstáculos habría para que continuara su carrera política?
Pero no es esa la cuestión. Es algo más profundo, tan cubierto de prejuicios que apenas nos damos cuenta: si Clinton es adúltero, esto no estorba demasiado su carrera; si Robinson es víctima de adulterio, su carrera política puede resultar destrozada. Hillary perdona el adulterio y sigue adelante con su carrera política. Iris Robinson no tiene perdón posible: ha hundido a su marido y a su partido. Resumiendo: siempre hace más daño el adulterio de una mujer y siempre la infidelidad del hombre es más fácil de perdonar.
Ahora que el feminismo se está agrietando por culpa de la atosigante obligación de lo políticamente correcto (cualquier homogeneización forzada es una aberración, por justa que sea la causa), en este tipo de episodios vuelve a asomar la realidad profunda: los prejuicios están ahí y funcionan a nivel de la gente. Prohibirlos o darles categoría de delito no los elimina. Tal vez sólo les ayuda a sobrevivir.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *