Hay momentos en los que los temas se agolpan para poder tratarlos: las renovaciones, el mes de abril inmaculado, contando los partidos por triunfos, esa racha de abierta de 10 victorias, muchas cosas… pero al final terminas escribiendo de lo que no te gusta.
En la victoria del Unicaja ante el Joventut, tuvimos lo que significó la primera visita de Joel Parra a Málaga tras unas declaraciones previas a la Copa del Rey en las que calificó al equipo local de «sobrevalorado», cosa que por aquí -no podía ser de otra forma- no cayó especialmente bien.
Sin hacer de abogado del diablo, y reconociendo que el jugador no estuvo afortunado, más allá de eso poco más hay que decir. Si es lo que piensa, vale, si la reacción que quiere tomar la afición «sobrevalorada» es pitarlo y abuchearlo, es a lo máximo que autoriza la entrada que pagas, nada más, y aún así pienso que la indiferencia es el castigo más efectivo. Pero si se cruza a la acera del insulto, se están pasando los límites, como dice Carles Durán que pasó.
En la rueda de prensa, olvidó el partido y la focalizó casi exclusivamente sobre ese acto que, al ser una vez acabado el partido, se da por buena su versión. No está nada bien, al igual que fue algo indigno lo protagonizado por una aficionada del Joventut en la Eurocup el día que Iago dos Santos del ratiopharm Ulm fue insultado varias veces desde la grada, con gritos de «mono» por parte de una versión badalonesa de Dian Fossey, que no tenía inconveniente en distinguir y aplaudir a Andrés Féliz o Yannick Kraag, de la misma raza que el brasileño.
Confieso que no llevo especialmente bien eso de dar por bueno todo lo tuyo simplemente porque lleve la misma camiseta. Pienso que no está reñida la inteligencia con el amor a unos colores y prescindiendo de si se tiene o no la razón, no me gustó la reacción de Jonathan Barreiro en su día ante la provocación de Sadiel Rojas y la ovación de despedida, porque fue muy duro dar un mínimo de razón al dominicano cuya larga y extensa carrera le precede para mal, pero nuestro gallego se equivocó, perjudicó al equipo y ya se cerró aquello.
Claro que todo queda en nada con lo visto el pasado viernes en Madrid en el segundo partido de Euroliga del Real y el Partizan. ¿Uno de los episodios más bochornosos de nuestro deporte?… para mí sí, sobre todo por ver implicado a una de las instituciones de nuestro deporte con mejor historial y, sobre todo, porque las reacciones a algo que tendría que haberse quedado ahí dan todavía más vergüenza que lo de la pista.
En las reacciones meto también las sanciones impuestas por la Euroliga, algunas que parecen redactadas por los Ultrasur. Quedan sin sanción los actos iniciados por Sergio Llull que entiende que la mejor forma de defender a Kevin Punter es darle un puñetazo que recuerda sospechosamente al que Nicolas Batum asestó a Juan Carlos Navarro en la semifinal olímpica de Londres 2012. El francés declaró entonces en Marca que «entendería que la FIBA me sancionara por unos encuentros o me multara, lo vería normal». Ahora, el balear ha quedado como víctima encontrando justificación en algo tan peregrino como la actitud del neoyorquino ganando de 15 a poco más de un minuto para el final. Menos mal que nunca fue a la NBA. A Batum desde la prensa española se le quiso desterrar al Castillo de If, ahora, lo de Llull se ha calificado como: «lance del juego», «falta», «falta dura». Lo cierto es que aún viendo el ataque de cordura y lógica que tuvieron el mismo día dos personajes de nuestro deporte como Zeljko Obradovic y Rudy Fernández, la reacción real vista posteriormente ha sido darle a Guershon Yabusele la titularidad, el reconocimiento de su público (!) y 35 minutos de juego en el primer partido del Real Madrid tras la bronca.
Está claro que al francés esta Euroliga se le ha acabado y hay que aprovecharlo en la medida que al entrenador le resulte útil, pero en el club merengue, esta crisis se ha gestionado casi tan mal como la salida de Pablo Laso del banquillo: desde el lado victimista, prescindiendo del señorío del que siempre se ha hecho gala y usando a los medios afines para generar datos de cualquier manera, algunos tan chirriantes como usar informes médicos parciales en la salida de Laso o análisis de fotos desde todos los ángulos de la pelea del WiZink. Estoy esperando alguna imagen de Lessort aparcando en doble fila en su época cajista o alguna cepa del COVID «Made in Pionir Hall» que salgan a la luz en cualquier medio de Madrid.
Dejando de lado lo mal parado que sale el club madridista de la comparación de épocas pasadas, lo que realmente nos afecta es qué queremos transmitir, ya sea al espectador que piensa que lo mejor para animar a su equipo es recurrir a cualquier medio por bajo que sea para minusvalorar al contrario, o que el niño que quiere parecerse a sus ídolos sea imitando actitudes que no tienen nada que ver con nuestro deporte en lugar de los recursos técnicos que despliegan las estrellas en las que se han de fijar. Entiendo mucho más que en un enfrentamiento haya que intentar que en la cancha el contrario no pueda ser tan bueno como es habitual, pero sobre todo, que se parta de la base que nuestro equipo debe desplegar lo mejor que tenga. Entonces, la victoria sabe mejor.