La selección redentora.

10 Sep

Tras haber visto los partidos del Unicaja en el Trofeo Costa del Sol, la tentación de hablar de lo ofrecido por parte de la plantilla que va a manejar Luis Casimiro Palomo era bastante grande, pero tras el certero y acertado análisis que hizo Emilio Fernández me quedaría corto, no sé de qué manera podría mejorar esa frase que dice que “Unicaja no es el Circo del Sol”, no sólo lleva razón, sino que además creo que tendría que trabajar mucho para dejar atrás esa genial comparación.
Creo que tengo tiempo de sobra para ver qué pueden dar de sí los nuevos del Unicaja, pero esta última semana hemos visto a la selección nacional en el Mundial de China, y eso es algo que no sólo ha merecido algún comentario, sino que seguirá acaparando la atención, al menos hasta el fin de semana próximo.
Sin fijarnos en el objetivo del galardón del campeonato, que sea la puerta de entrada a los próximos Juegos Olímpicos, vía directa o vía torneo de clasificación, obliga a meterse arriba, con tantos equipos, tantas ausencias y con el cambio de jugadores, no sólo desde la última cita, sino también de los que participaron en las ventanas de clasificación, la situación de la selección española no ha sido idílica hasta bien comenzada la competición.
Ya hice referencia a la imagen gris ofrecida en el inicio de la cita actual, y de las dudas de algunos jugadores y del seguro que era la fiabilidad que daba Sergio Scariolo en el banquillo, pero estos días me ha venido a la memoria lo que significa para el jugador ir a la selección.
Se supone que ir al equipo nacional, no sólo era algo reservado a los mejores, sino que exigía un rendimiento en todo lo alto de la pirámide por el nivel de los compromisos a afrontar, pero con España, tendría que añadir la facultad de redimir las posibles malas temporadas de sus componentes.
Me explico, hasta que no llegó ese engendro de las “ventanas FIBA”, a la selección llegaban casi siempre los mismos, muchas veces con la duda sobre si era mejor que fuera fulanito que siempre juega bien (pero este año ha estado sólo regular con su club), o menganito (que no es de los “primeros espadas”, pero este año ha estado genial en la liga), tradicionalmente estaban casi siempre los mismos, y vestirse de rojo era lo mejor que le podía pasar para reconducir su carrera, no sé si llamarlo “La Familia” o cómo quiera cada uno, pero lo cierto es que la regeneración venía con el equipo nacional.
Díganme cómo si no se puso en valor la carrera de Fernando Romay, suplente ilustre en el Real Madrid y en sus otros equipos, con todas las limitaciones del mundo y seguro que objetivo principal de mucha gente en redes sociales si éstas hubieran existido en aquella época, e imprescindible a la hora de pensar en la época dorada de nuestro baloncesto en la época previa a la aparición de los “Juniors de Oro”.
En el mismo caso que el pívot gallego habría que encuadrar a Víctor Claver, con el añadido que el valenciano ha arrastrado mucho tiempo el sambenito de ser un jugador sobrevalorado y pagado a precio de oro, y mira que da motivos de lo cotidiano para que todo el mundo ponga en duda si realmente vale el sueldo que cobra para las prestaciones que da, pero tras ser uno de los artífices del triunfo ante Serbia, durante un tiempo, sí que acallará las críticas.
Junto a los dos mencionados, en según qué momento también podría meterse a Rudy Fernández o Sergio Llull, y seguro que tenemos casos de gente que no han completado un buen año en su club y que necesitaban pasar por el equipo nacional como si fuera ir a una cura de reposo en un balneario para volver a rendir de manera óptima.
Todos tenemos una teoría al respecto, ¿la mía?, que el factor diferencial está en el entrenador, porque ahora mismo, siendo un equipo con menos talento que los anteriores, pese a tener jugadores NBA en el plantel, no sé si en España hablaríamos de otra cosa diferente caso de no estar Sergio Scariolo en el banquillo español, lo que no sé es qué más tendrá que ocurrir para que los detractores reconozcan los méritos del italiano, en especial en Málaga, ¿llegará a ocurrir?

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