O sobre la también llamada en su momento Liga Europea y ahora Euroleague o Euroliga en versión española. La primera competición continental, la autodenominada mejor liga más allá de la NBA o una presunta “European Division”. Lo cierto es que la competición que alterna el Unicaja con la ACB desde hace años es tan habitual que muchos lo dan por algo seguro, pero ni mucho menos es así.
Al menos, para la próxima temporada el tema parece resuelto, pero tener claro cada año si se juega o no en Europa no es algo que sea tan fácil como parece.
Casualidad o no, coincidiendo con el final del Top 16, hemos tenido la aparición de una intención no confirmada por FIBA Europa sobre recuperar la principal competición de clubs en el continente, cosa que perdió a principios de siglo. Ante esto, las noticias que se filtraban sobre una Euroliga de sólo 16 equipos, con reducción de licencias A y que señalaban de lleno a Unicaja como uno de los damnificados, terminan perdiendo vigencia y tranquilizan en un principio al equipo malagueño con respecto a la temporada 2015/2016.
Si alguien se acerca de forma esporádica a nuestro deporte, se encontrará que la mejor competición de clubs, la NBA tiene un poder y una capacidad organizativa a distancia sideral de cualquier otra. La Euroliga, iniciada en su día como una rebelión de los principales clubs ante una dirección de la FIBA comandada entonces por Borislav Stankovic y a los que se les acusaba como poco de turbios manejos a todos los niveles (y no diré yo que sin razón), lleva demasiado tiempo en una crisis que va a terminar devorando todo lo que en su día los impulsó a independizarse de la FIBA. A nivel más cercano, la ACB, que tuvo un origen muy similar a la Euroliga, con los equipos huyendo de una federación convertida en un estorbo más que en una ayuda, lleva tanto tiempo buscándose a sí misma, que una posible vuelta al redil FEB también se ha llegado a poner sobre la mesa.
La Euroliga es una competición que deja momentos apasionantes, lo cual, hablando de baloncesto suena a obviedad, pero a nivel organizativo, y como viene ocurriendo con la competición nacional, da la sensación de ser una viña sin amo, por no decir algo más fuerte. De una parte, el reparto de licencias que ha venido asegurando la participación de ciertos equipos, obedece según la versión oficial, a la posibilidad de tener un proyecto sólido al margen de los resultados deportivos para poder plantarle cara a la NBA y su continuo expolio de figuras, la realidad se ha traducido en una injusticia deportiva que varios equipos, entre ellos el Club Baloncesto Málaga han aprovechado durante muchos años y han dejado fuera de la competición a otros que deportivamente sí habían rendido por encima de los que terminaban clasificándose.
Esa configuración de coto cerrado a la que tampoco es ajena la propia ACB, vetando, o no tomando en consideración éxitos deportivos de los equipos para participar la siguiente temporada, le ha generado más enemistades que creencia en un proyecto al que le ha pasado lo mismo que a las revoluciones políticas: en el momento que los fallos en el plano alimenticio/económico se unen a la injusticia, comienzan las disidencias y los problemas.
Cuando se piensa en el reparto económico de las grandes ligas, y dejando de lado lo que va a conseguir la NBA con el nuevo contrato televisivo (sonrojante por la comparación), hay todo un abismo entre el millón de euros por partido ganado que reparte la Liga de Campeones y los pírricos siete mil euros que es el dividendo para los vencedores de los encuentros de la Euroliga, de esta forma, el mínimo requerimiento por parte de FIBA Europa, mencionando una nueva competición, con patrocinadores solventes es acogida con cariño por un lado (equipos) y con pavor por otro (Euroliga).
Ante todo esto, la respuesta inmediata de la organización comandada por Jordi Bertomeu ha sido la habitual, otro golpe de timón, adecuando la normativa para contentar a los que se estimen en este momento más convenientes para la organización.
Esta forma de funcionar, que hace parecer que el inspirador de la normativa ha ido a la misma escuela empresarial que Pepe Isbert, Miguel Gila o Chiquito de la Calzá, es la que lleva a situaciones tan sui géneris que hacen variar a la mínima las condiciones que han de cumplir los participantes para la siguiente temporada, que si la licencia tal o cual, que si quedar en una posición como mínimo -siempre y cuando los que tengan licencia estén en una posición por encima o por debajo que los deje fuera-, que si presupuesto mínimo, que si contrato televisivo, que si asistencia de público, que si un pabellón válido a partir de equis mil asientos, que si una clasificación no desvelada con puntos por victorias o haber pasado de ronda en una o varias temporadas… todas ellas elegidas para cumplirse o no, a libre disposición por parte de los organizadores, pero que son tan secretas que parecen encontrarse en el dorso de la partida de nacimiento de Ana García Obregón, en lugar de las normas de la competición.
En la línea aquella de “Estos son mis principios, si no les gusta, tengo otros” atribuida a otro genio, Groucho Marx, la que en su día fue vista como una revolución ahora pide a gritos un cambio real para que de una vez por todas el baloncesto a nivel organizativo deje de parecer “13, Rue del Percebe”, sobre todo porque al final, se repiten los mismos problemas que había en su momento, los problemas económicos están diariamente en muchos equipos, el público siente la pasión en contadas ocasiones y a la parte importante de la temporada como cuartos de final o la Final a Cuatro llegan en la práctica unos pocos elegidos, un grupo reducido, de no más de seis equipos que se reparten las participaciones en los playoffs, y si hacemos memoria, seis equipos era el grupo de la fase final de la Copa de Europa de antaño, esa que se nos quedó antigua y que hubo que refundar para que no muriera de aburrimiento.